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Tribuna
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De cumbre a cumbre, y tiro porque me toca

Una vez más, hace dos semanas, asistimos con gran expectación a una cumbre de líderes europeos, con la esperanza puesta en sentar las bases de la futura estructura política y económica de la eurozona a partir de las cuales conseguir superar la crisis actual. En esta ocasión, la declaración posterior a la cumbre no solo no defraudó a los mercados, sino que superó sus expectativas, desatando un breve periodo de alzas en los activos más castigados, como las Bolsas y los bonos de las economías periféricas.

Pero como siempre, poco duró la alegría en la casa del pobre. Apenas dos días después, las autoridades finlandesas y holandesas comenzaban a cuestionar la aplicación de los acuerdos alcanzados y el BCE ponía la guinda alejando la posibilidad de intervención en los mercados de la deuda con un mensaje poco acorde con la situación actual pese a la bajada de los tipos de intervención en un cuarto de punto, hasta mínimos históricos del 0,75%.

Tras dos años de crisis de deuda soberana en Europa, los mercados parecen ya poco dispuestos a contentarse con declaraciones políticas y fotos de familia y se muestran hastiados con los giros en la política común cada vez que hay decisiones importantes, unas elecciones nacionales, y no digamos con los cambios de Gobierno.

Es por ello que, en caso de concretarse la ayuda directa a la banca española, o por lo menos un primer tramo de 30.000 millones en julio, estaríamos ante la consumación de uno de los acuerdos de mayor relevancia, la ruptura, por lo menos parcial, del vínculo entre el riesgo bancario y el riesgo soberano. Además sería un paso adelante que mostraría al mundo que efectivamente el euro es un proyecto apoyado por los países que lo están utilizando.

En cualquier caso, está fuera de toda duda que los tipos de interés que abonan Italia o España para financiarse en los mercados no hacen más que empujarlos hacia el déficit público, ya que los recortes y medidas estructurales que se toman no son capaces de compensar el incremento en los costes de financiación, sumándose a la caída de los ingresos tributarios por la recesión económica. Se da pues la paradoja de que cuantos más recortes se hacen, más sube el déficit, al ser medidas recesivas por naturaleza, y no afectar apenas al coste de financiación en unos mercados incrédulos ante cualquier medida que no sea ejecutada en el corto plazo.

En este escenario, las economías del núcleo de la eurozona son las que deben plantearse si apuestan o no por un modelo de moneda común, renunciando a sus tipos de financiación actuales (tan desviados de la realidad como los españoles y tan sintomáticos de una crisis sistémica) en beneficio de una situación económica a medio plazo que les permita competir globalmente en las próximas décadas.

Los alemanes deben saber que una economía de 80 millones de personas, con una divisa fuertemente revalorizada, no será competitiva en el entorno global, con bloques económicos cada vez más definidos y en plena lucha en pos de la competitividad. Y deben ser sus representantes políticos los que trasladen a la población el riesgo real que tendría para Alemania una situación de ruptura del euro, no solo por las pérdidas multimillonarias en sus bancos y en general en toda su inversión exterior, sino también por la pérdida de posición de mercado que se derivaría de una vuelta a un marco alemán previsiblemente muy caro frente al dólar y las divisas asiáticas, sus principales competidores en el mercado de las exportaciones globales.

En cuanto a España, también deberá aportar las contrapartidas necesarias para volver a ser un socio fiable, fundamentalmente cerrando, de una vez por todas, los problemas en el sector financiero derivados de la burbuja inmobiliaria, reduciendo drásticamente el peso del sector público y flexibilizando aún más el marco laboral, de modo que se encuentre en condiciones de generar empleo incluso en escenarios de bajo crecimiento económico.

Pese a los acuerdos alcanzados, muy beneficiosos para España en comparación con los logrados por otros países que han requerido de asistencia europea, las medidas que vendrán propuestas desde Bruselas no serán fáciles de asumir. Será el momento de actuar con determinación desde las instancias políticas, tomando decisiones duras y valientes en el corto plazo, para intentar recuperar parte de la credibilidad perdida. Siguiendo el ejemplo irlandés. Solo entonces podremos de verdad exigir a nuestros socios que arrimen el hombro con nosotros, no por nosotros.

Alejandro Vidal Crespo. Responsable de Estrategia para Banca Patrimonial de Banca March

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