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El foco
Tribuna
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El futuro que busca la empresa

La sociedad ha conseguido elevados niveles de bienestar, pero ha sido incapaz de diseñar un modelo de desarrollo. Con ocasión de la cumbre Río+20, el autor repasa el papel protagonista de las empresas

Es más una certeza que una sensación. Vivimos una época en la que las portadas de los periódicos seguramente ilustrarán los libros de texto o lo que quiera que usen los que estudien en el futuro la historia de este comienzo de siglo. Un momento para aprovechar, donde otra vez, como tantas otras veces en el pasado, nos hace falta ese brillo en la mirada que tienen los pioneros.

Y es que el reto está realmente en evitar el beso del sueño del modelo de crecimiento disfrutado. Una nostalgia letal de los tiempos pasados en los que el mundo funcionaba como nos enseñaron en el MBA. Y es que no es de extrañar que sea así, ya que en las últimas décadas esta sociedad ha hecho grandes cosas. Entre otras, sacar de la pobreza a miles de millones de personas, dotarnos de unos niveles de bienestar inimaginables para nuestros abuelos e incluso para nuestros padres, etc. Es normal que la tentación sea volver a esa ilusión. Ir a donde sea a inyectarnos deuda y decirle a todo el mundo "no te preocupes, que esta vez controlo".

Entre los años 1980 y 2009, la deuda total de España y de los españoles pasó del 108% al 366% del PIB. Todo ello para consumir y construir superando por primera vez en la historia de la humanidad la biocapacidad del planeta. Un punto a partir del cual la Tierra no es capaz de reponer los recursos que transformamos. El año pasado ya consumíamos recursos equivalentes a los de un planeta un 60% mayor.

Todo apunta a que durante el siglo XX hemos sido capaces de inventar un modelo de sociedad pero no de diseñar un modelo de desarrollo. Y esto es un fracaso simplemente porque el sueño que hemos imaginado para nosotros no es posible ofrecerlo a todos. Aunque ahora parece que ni siquiera para nosotros.

Arnold Toybee escribía, en la que ha sido durante años la obra de referencia para los escolares británicos, que las civilizaciones no las asesina nadie, se suicidan. Y es que el modelo que disfrutamos genera dos grandes déficits -uno económico y otro ambiental-. Existen señales físicas y financieras claras que nos indican que ambas deudas se encuentran superpuestas, no solo coetáneamente, y que no es posible salir de una sin atender a las complejas relaciones que existen entre sí.

Esta visión común es la que reúne estos días en Río de Janeiro a más de 50.000 personas y medio centenar de jefes de Estado y de Gobierno. Una cita 20 años después de la cumbre con mayor éxito de las celebradas por Naciones Unidas en este campo. En ella se aprobaron textos tan importantes como los convenios de protección de biodiversidad, de los bosques o el primer acuerdo para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero. Quizás solo fueron una llamada de atención si evaluamos los avances reales, pero aún hoy son una referencia.

En esta cumbre ha aparecido con fuerza un nuevo actor: las empresas. Mientras que la sociedad global fue bipolar, los Gobiernos y las ONG protagonizaban el debate. Nos habíamos acostumbrado a ver políticos con intereses locales tratando inútilmente de solucionar problemas globales y documentales que han terminado dejando fría a la opinión pública. Entre tanto, las empresas se han hecho realmente globales, y hoy son ya más del 60% de las 100 mayores economías del planeta.

No es que espere que las empresas salven el planeta, pero sí creo en el teorema de Morris que dice que los cambios se producen rápido cuando la pereza, la avaricia y el miedo de las personas encuentra una forma más sencilla, beneficiosa y segura de hacer las cosas. Y nos encontramos con multitud de ejemplos de cómo esta nueva circunstancia ha situado a las empresas como uno de los pocos interesados reales en la existencia de marcos normativos estables con carácter global. Acuerdos que hagan los negocios más sencillos, rentables y seguros.

Uno de los ejemplos más claros lo tenemos en el control de las emisiones de gases de efecto invernadero. Algunos inversores del sector de la energía comienzan a preguntarse por el valor real de las reservas de petróleo, carbón o gas de las compañías en un escenario de economía bajo en carbono. Tan solo las compañías nacionales de este sector tienen conjuntamente reservas superiores a tres veces la cantidad de carbono que podríamos quemar para cumplir con el objetivo de no aumentar la temperatura en +2o C.

Otro importante asunto en la agenda, por ejemplo, es el uso y gestión del agua. Se calcula que en 2030 el déficit de agua global disponible, es decir la diferencia entre el agua dulce a la que tendremos acceso y la que necesitamos para abastecer a la población, será de un 40%. En determinadas zonas del planeta será el recurso clave para la supervivencia humana. Esto determinará sin duda cuáles serán las empresas que sobrevivirán y transformará radicalmente cómo se producirán y consumirán bienes. Un dato: un huésped en un hotel consume hoy 400 litros de agua al día. Para producir un litro de refresco, se emplean actualmente seis; para un kilo de jamón de York, 25 litros.

Como estos ejemplos hay muchos, y las empresas, y principalmente aquellos que invierten en ellas, están viendo la oportunidad del desarrollo sostenible no con el noble propósito de cambiar el mundo, sino para conocer mejor cómo el mundo está cambiando. Diseñan sus portfolios de inversiones a largo plazo teniendo en cuenta asuntos que no están en la hoja de cálculo de los contables del siglo XX.

Es quizás esta la razón principal por la que esta reunión en Río es diferente a las cumbres anteriores, y también lo es con respecto a la que se celebró hace 20 años aquí mismo. Y es que todos los que están por aquí estos días están de acuerdo en el diagnóstico. Todos ven la crisis como la gran oportunidad para cambiar, quizás la única en la que la incertidumbre es realmente tan grande como para plantear nuevos caminos. Sin embargo, por ahora, en Río parece que se avance sustancialmente en un acuerdo sobre la dirección y velocidad que tiene que tener este cambio. Seguramente tendremos que esperar a otra cumbre para que la noticia ilustre los libros de historia.

José Luis Blasco. Socio responsable de Cambio Climático y Sostenibilidad de KPMG en España

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