Contra la crisis, más Europa
Aunque con la parsimonia que caracteriza los cambios de postura política en el seno de la eurozona, en Europa comienza a abrirse paso el convencimiento de que el sistema financiero necesita una solución que permita resolver sus acuciantes necesidades de recapitalización sin sacrificar la soberanía y la imagen de los Estados en los mercados financieros. En las últimas semanas ha ido ganando apoyos la tesis que defienden no solo España -contraria a un modelo de rescate que, aun siendo estrictamente financiero, estigmatizaría al país de forma dramática-, sino también el FMI, EE UU o el presidente del BCE, Mario Draghi. El último eslabón de esa cadena llegó ayer de mano del comisario europeo de Asuntos Económicos, Olli Rehn, y del ministro de Economía y Finanzas francés, Pierre Moscovici. Ambos se mostraron claramente partidarios de acometer una reforma del Mecanismo Europeo de Estabilidad que permita a Europa inyectar capital directamente en los bancos sin involucrar a los Estados en el proceso. Como reconoció el propio Rehn, la propuesta supone un paso más hacia un objetivo mucho más ambicioso: crear una verdadera unión bancaria europea.
Más allá de las previsibles reticencias políticas hacia el proyecto, tanto en los Gobiernos como en las instituciones europeas comienzan a calar dos ideas. La primera es que el hostigamiento que España padece en los mercados financieros no puede resolverse con un rescate convencional, que no solo perjudicaría al país, sino que desataría un efecto contagio cuya última frontera es la existencia del propio euro. La segunda es que los problemas de la banca europea no se circunscriben únicamente a España, pese a que nuestro país concentre actualmente el grueso de los ataques. Prueba de ello son los datos que aporta el último informe del Banco de Pagos Internacionales (BPI), que advierte de una importante retirada de activos internacionales en la banca europea -portuguesa, irlandesa, griega, italiana y española, pero también francesa y alemana-, y señala que buena parte de ese repliegue proviene de entidades de la zona euro.
La única defensa frente a ese virus de desconfianza que está socavando los cimientos financieros, políticos e institucionales de la Unión Monetaria es más Europa, no menos. Se trata de un camino complejo, dentro del cual el objetivo de la unión bancaria supone un paso imprescindible, pero no suficiente. El proceso de construcción de una Europa fuerte debe avanzar hacia la unidad en materia financiera y supervisora -como defendió ayer la canciller alemana Angela Merkel- pero también fiscal, presupuestaria e incluso de tesorería. Ello exige una voluntad política considerable, pero también una altura de miras que permita reconocer lo que ya debía ser una obviedad: que el precio de construir Europa es mucho menor que el de destruirla.