Cuando el rescate es el problema y no la solución
España encadena unas cuantas jornadas agitadas en los mercados financieros, con una extrema presión sobre la deuda que ha llevado la prima de riesgo hasta los 540 puntos básicos y con una sobreventa de los valores bancarios que ha situado los índices bursátiles en niveles de hace casi 10 años, con precios muy por debajo del valor de los activos empresariales de las cotizadas. El bono del Tesoro a 10 años se ha colocado en umbrales desconocidos desde que existe moneda única, más cerca del 7% que del 6%, valores que suponen un encarecimiento muy elevado de la financiación para el Estado, pero también para las entidades financieras, para las corporaciones industriales españolas y, en definitiva, para la propia economía.
Las manos fuertes del mercado han localizado el epicentro del seísmo en la banca española, por considerar, por la concatenación de hechos, afortunados unos y desafortunados los más, que sus necesidades reales de capital para hacer frente a futuras pérdidas son tan elevadas que no podrán por sí solas afrontarlas y que incluso el Estado tendrá serios problemas para hacerlo si tuviese que nacionalizarlas. Este juego de posibilidades ha desatado el fantasma del rescate, localizado en la banca o extendido al propio Estado, que es utilizado con demasiada facilidad y frivolidad como una solución, cuando bien analizado es el auténtico problema.
Analicemos los acontecimientos con sosiego. El Gobierno, que arranca en su primera reforma financiera con firmeza y convicción, ha pasado a estar superado por los acontecimientos. Corre delante del incendio desatado con una nueva reforma que casi duplica las provisiones impuestas en la primera y, en aras de una transparencia voluntaria, pone en manos de tasadoras y auditoras independientes la valoración del riesgo real de las carteras crediticias de la banca y la cuantificación de sus necesidades de capital. En paralelo, como supuesto acto de autoridad y firmeza, nacionaliza Bankia y en un ejercicio de exorcismo admite que sus necesidades reales de capital público llegan a los 23.465 millones de euros, algo que el mercado interpreta como un ejercicio a replicar en el resto del sistema para poner las cosas en su sitio.
Ahí está la sobrevaloración del problema, la magnificación anticipada de una necesidad de recursos en absoluto fundamentada con la realidad. Cierto es que España acumula en su expediente de la crisis decir una cosa y que después aparezca otra, con el descrédito que ello tiene para su palabra y reputación. Y cierto es que hay episodios recientes en este sentido (déficit al 6%, déficit al 8% después, para terminar cerrando en el 8,51%, y después añadir cuatro décimas y quién sabe si otras cuatro, hasta el 9,3%). Pero pongamos hielo al razonamiento del estado bancario. Bankia estaba identificado como el gran problema hace meses; hasta el FMI lo advertía. Si está solucionado o al menos cuantificado, y la inmensa mayoría del resto del problema estaba ya aislado, puesto que había balance bancario por valor de otros 300.000 millones intervenido, nacionalizado y hasta revendido, dónde está lo dañado no identificado, lo desconocido, que tan difícil es de financiar. ¿Qué puede haber más allá de Bankia, Catalunya Caixa, Novagalicia, CCM, CAM, Banco de Valencia o las cajas castellanas que la opinión pública y los mercados financieros desconozcan y cuyo problema sea tan inasible que lo haga infinanciable con recursos emitidos por las entidades o el Estado español, si fuese el caso?
Desde luego que la cantidad importa, y no se puede jugar con los ceros como se hace con los dados. Pero la que sea, es financiable por España o por los resortes europeos, que para eso se han creado, con la particularidad de que pueden utilizarse aisladamente para revitalizar bancos sin que lo pidan los Gobiernos. Si ello hay que hacerlo en paralelo a un sobreesfuerzo fiscal para llevar el déficit hasta el 3%, aunque sea en 2014 por la tregua que ahora concede Bruselas, los españoles están dispuestos a hacerlo. No deben entregarse a la fatalidad de un supuesto rescate que España no necesita, porque tiene el nivel de deuda aún en zona financiable, tiene aparato fiscal para recaudar y disciplina para encajar los sacrificios. El rescate no es la solución: es el problema. Miren para Grecia, miren para Portugal, miren para Irlanda.