_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Competir y sobrevivir

Los países más avanzados de nuestro entorno tienen bien definido el modelo económico que quieren. En él la industria juega un papel fundamental como motor de crecimiento y creación de empleo y riqueza. La estabilidad que les proporciona este modelo productivo les está permitiendo mantener un nivel de prestaciones sociales y, por ende, capear la crisis de forma menos dolorosa que aquellos países en que la apuesta no es tan clara.

El desarrollo económico español se cimentó durante unos años en la industria y el turismo y, aunque desde la perspectiva que nos da el tiempo este modelo económico tuviera deficiencias, nos permitió estabilidad y crecimiento. Cuando hablamos del sector industrial -evidentemente no podemos remitirnos al sol únicamente como clave de crecimiento-, los esfuerzos deben enfocarse a aumentar la competitividad y productividad. En una economía global el único criterio que permite la diferenciación de empresas y productos es la tecnología y la eficiencia o, lo que es lo mismo, calidad y coste. Por lo que se refiere a la calidad, el sector cementero ha sido capaz de desarrollar productos innovadores, con altos estándares de calidad y unas prestaciones que cubren todas las necesidades de los procesos constructivos. En referencia a la competitividad, los cementeros hemos realizado en los últimos años grandes esfuerzos para ajustar nuestros costes operativos al máximo y conseguir las instalaciones más eficientes que nos permite la tecnología actual. Sin embargo, todo el trabajo realizado por mantener la competitividad de nuestro negocio y nuestros productos no son suficientes si determinados costes -como el energético, sin duda el más relevante para nuestro proceso productivo- siguen creciendo al ritmo de los últimos años.

En el sector industrial español la repercusión del precio de la energía sobre los costes totales de producción supera el 35%, triplicando el impacto del coste de la mano de obra. En la industria del cemento esta incidencia es aún mayor, pues el energético representa el 38% del total de los costes, mientras que en otros países europeos no llega al 30%. Más aún, la parte regulada de la factura eléctrica ha sufrido un incremento de más del 90% en tan solo cuatro años. Así resulta difícil competir. La productividad por trabajador del sector cementero español está al nivel de países como Francia y Alemania. Sin embargo, en nuestro país, a pesar de tener uno de los parques industriales más modernos y eficientes, energéticamente hablando, del mundo, tan solo por detrás de Japón y Corea del Sur, y con una de mano de obra más barata, al final sumamos unos costes de producción mayores. En este punto, irremediablemente volvemos a darnos de bruces con el coste energético, que pesa como una losa sobre la competitividad de los cementos hechos aquí. En 2011, nuestro país ha sido el quinto de Europa con la factura eléctrica más cara para la industria, o lo que es lo mismo: la mayoría de países europeos cuentan con una electricidad más asequible para sus empresas fabriles.

En estos momentos más que nunca debemos ser capaces de preservar un tejido industrial que tanto esfuerzo ha costado crear y del que depende en última instancia el éxito o fracaso de nuestra economía. ¿Y cómo se hace esto? Para empezar, con responsabilidad por parte de todos y una apuesta clara y decidida por políticas económicas, industriales y medioambientales que ya están funcionando en los países más avanzados de Europa; con políticas regionales y estatales de impulso (o al menos de no obstaculización) a la valorización energética de residuos, en línea con la nueva directiva europea de residuos y la propia legislación española, como ya ocurre en Alemania, donde han alcanzado un coste un 40% inferior al español; con un coste eléctrico para la industria -y sigo con el ejemplo del mismo país- un 20% inferior al español, según datos de Eurostat, y en definitiva con una apuesta decidida por un marco normativo y unas decisiones político-administrativas que no penalicen nuestra eficiencia, como única vía para que la industria española no se quede atrás, sea competitiva, pueda exportar y permita mantener miles de puestos de trabajo.

En este entorno de ajustes, debemos reflexionar antes de acometer medidas coyunturales que puedan mermar definitiva y fatalmente nuestra competitividad. La industria cementera necesita en estos momentos del compromiso claro y la apuesta decidida de la sociedad y de las diferentes Administraciones. Nuestro sector tiene la capacidad, la confianza en lo que podemos y sabemos hacer, así como la seguridad de que nuestros productos están a la altura de la demanda más exigente y compiten en calidad, innovación y prestaciones. Sin un tejido industrial sólido, la alternativa es relegar a nuestro país al monocultivo del turismo, y por tanto a una mayor vulnerabilidad económica.

Jaime Ruiz de Haro. Vicepresidente de la Agrupación de fabricantes de cemento de España Oficemen

Más información

El pensamiento cortoplacista

Marcos Eguiguren Huerta

Archivado En

_
_