El pensamiento cortoplacista
El autor reflexiona sobre la necesidad de que los Gobiernos recuperen los enfoques y las estrategias a largo y medio plazo como fórmula para salir de la crisis y recuperar el equilibrio macroeconómico
Mucho se ha escrito sobre las causas de la actual situación económica y social que afecta a todo el planeta, pero existen dos factores extremadamente relevantes sobre los que tanto los analistas financieros como los autores económicos han pasado de puntillas: la búsqueda del beneficio individual por encima del colectivo, sin comprender que ambos están íntimamente relacionados, y el pensamiento cortoplacista. El cortoplacismo se ha convertido en el paradigma dominante y se ha ido incrustando tanto en el mundo financiero como en la actividad empresarial.
Como ejemplo ilustrativo del cortoplacismo dominante y de cómo ha influenciado la mentalidad de los inversores, basta con hacer un poco de historia: hacia 1960 los titulares de acciones de empresas cotizadas en la Bolsa de Nueva York mantenían, por término medio, un título en sus carteras durante unos ocho años y medio, según datos del New York Stock Exchange. Una década después el tiempo medio de permanencia de las acciones en cartera había caído a cinco años y en 1980 descendió a algo menos de tres años. La evolución en años posteriores, según datos del Factbook del New York Stock Exchange, muestra cómo en los años noventa bajó hasta los dos años y dos meses, para el año 2000 dicho periodo de permanencia era de poco más de un año. En 2006, justo antes del inicio de la gran crisis, el periodo medio de mantenimiento de un título en las carteras de los inversores estaba ya ligeramente por debajo de un año y para 2010 siguió cayendo hasta ser tan solo de seis meses.
Las consecuencias a largo plazo que ese tipo de comportamiento cortoplacista provoca tanto en la economía real como en el mundo financiero son fácilmente deducibles. El mundo financiero debe comportarse como una extensión y como un instrumento de apoyo a la economía real y no como un mundo aislado con vida y reglas propios, que puede acabar fagocitándose a sí mismo y destruyendo las verdaderas fuentes de riqueza y de bienestar del planeta. La menor estabilidad del tejido accionarial de las empresas, financieramente vinculado al concepto de volatilidad, si hablamos de una situación que se mantiene de forma sostenida en el tiempo, provoca un estado de ansiedad en el accionista, fruto de su propio pensamiento cortoplacista. El accionista ejerce presión sobre la compañía para que consiga acelerar el ritmo de retorno que espera obtener como titular de las acciones, bien sea por la vía de constantes y mayores dividendos o por el incremento del valor de la acción. Esa ansiedad del inversor y esa presión sobre la empresa se convierten en uno de los principales generadores de la crisis sistémica, ya que provocan cambios en la actitud y en la psicología de los equipos de gestión. Estos, a su vez, se ven forzados a priorizar acciones y actividades que incidan en el beneficio a corto plazo enfocado al reparto de dividendos, aunque ello pueda poner en peligro la supervivencia a largo plazo del negocio.
Los directivos entran así en una dinámica perversa, en la que están dispuestos a asumir más riesgos de los necesarios y a incrementar de forma, a veces irracional, la presión sobre la estructura de la empresa y, muy en particular, sobre los equipos comerciales o sobre las líneas de producción para obtener resultados que agraden a los accionistas. Este comportamiento cortoplacista plantea en ocasiones objetivos alejados de las necesidades reales del mercado al que sirven o hacen incurrir en comportamientos empresariales que, si bien no son ilegales, son de dudosa moralidad y además pueden poner en peligro la supervivencia de la empresa a largo plazo.
En ese tipo de economía anclada en el paradigma cortoplacista, que camina demasiado deprisa y sin excesivas barreras de protección, el sector financiero se convierte en un cómplice que, a su vez, busca también el beneficio rápido y fácil. De esta forma entra en el negocio del crédito y baja la guardia de un necesario y riguroso análisis de riesgos que está vinculado a la supervivencia rentable a largo plazo del prestatario.
El siguiente paso es empezar a financiar operaciones de supuesta generación rápida de recursos, pero que a largo plazo implican un mayor riesgo o se transforma en una fábrica de creación de productos financieros complejos cuya característica común es la rápida circulación del dinero invertido que cambia de manos de forma constante. Cierto es que se gana dinero en cada intercambio, pero a su vez se produce una consecuente dilución de la claridad de los activos subyacentes que componen el objeto de la inversión. En pocas palabras: financiación de la actividad económica especulativa y generación de riqueza ficticia.
Las empresas de la economía real dominadas por el cortoplacismo se convierten en actores sociales debilitados y quedan sobreexpuestas a los rigores del mercado dada su falta de solidez. A ello contribuye un sector financiero que hoy ha cerrado el grifo, pero que hasta no hace mucho les facilitaba cantidades ingentes en préstamos para proyectos discutibles vinculados a la generación de resultados a corto plazo. Este sector financiero, hoy abrumado por sus propias dificultades de solvencia y liquidez, se coloca al otro lado del péndulo y, aduciendo el gran riesgo que representan estas empresas, niega el crédito para algo mucho más racional que la economía especulativa: la refundación de los negocios y el relanzamiento de proyectos a largo plazo.
La coincidencia en el tiempo del pensamiento cortoplacista imperante en diversas economías de gran relevancia es una de las causas fundamentales del desequilibrio macroeconómico actual. También es uno de los principales motivos de las dificultades que actualmente afectan a muchos Gobiernos que no han sabido ejercer su labor de supervisión y regulación y se ven ahora contagiados por los mismos problemas a los que se enfrenta el sector privado, como la falta de financiación. Por ello, para salir de la crisis actual es fundamental recuperar el pensamiento y las estrategias a medio y largo plazo que garanticen la sostenibilidad en el tiempo del tejido empresarial, del sistema financiero y de los Estados.
Marcos Eguiguren Huerta. Miembro del Consejo de Administración de Triodos Bank y socio y consejero del Grupo Empresarial Inmark