La formación continua sigue siendo la clave
En un difícil escenario que se caracteriza por más de cinco millones de parados, que representan más del 21% de la población activa y la tasa de desempleo más alta de los países desarrollados, pocos son los datos positivos que se pueden exhibir.
Sin embargo, uno de ellos es, sin duda, el crecimiento que en los últimos 15 años ha operado la tasa de formación de la población ocupada española, que ha pasado del 2% a casi el 20% o, lo que es lo mismo, que 20 de cada 100 trabajadores reciben cada año cursos de formación y reciclaje.
Este resultado ha sido producto de aplicar anualmente la cuota de formación que pagan empresarios y trabajadores al fin inicialmente previsto, que es incrementar la empleabilidad del sistema por la vía de mejorar las habilidades y capacidades de los trabajadores.
Parece casi una tautología afirmar que se aplica la cuota de formación a formar trabajadores, pero es un hecho que hasta primeros de los años noventa esto no se producía. La cuota de formación era simplemente una exacción extrasalarial más, una especie de impuesto sobre la nómina que no se dedicaba al fin previsto, sino que pasaba a engrosar las arcas del Estado como un impuesto más.
Está bien recordar esto para aquellos que hacen una crítica feroz del sistema actual de formación continua sin pararse a considerar de dónde partíamos, que era prácticamente de cero.
Y el sistema adoptado, con sus ventajas e inconvenientes, es indudable que ha contribuido a remediar, o por lo menos a paliar, las carencias formativas de la mano de obra española, ayudando a casar la oferta con la demanda y a implantar en la oferta nuevas habilidades productivas.
Solamente por eso, ya bastaría para matizar las críticas que se hacen al modelo, que es, por lo demás, perfeccionable. Lo que no se puede, en ningún caso, es hacer una enmienda a la totalidad que nos retrotraiga a hace casi 20 años, cuando empresas y asalariados pagaban por una formación que no recibían. Desde entonces se ha creado un completo y profesional sector dirigido a la formación continua y ocupacional, en el que se han implicado los agentes sociales, que han aportado su experiencia en este campo, aunque también han concitado críticas que han sido sobre todo de tipo político.
Para nosotros es muy satisfactorio comprobar, cuando exponemos nuestros trabajos en ferias internacionales de EE UU, Alemania y de países avanzados, que el nivel de desarrollo de la consultoría de formación en nuestro país destaca -en muchos aspectos- como el primero del mundo. Deberíamos por tanto impulsar un sector intensivo en mano de obra que genera mucho empleo, tan necesario en la actualidad.
Es el momento de medir sistemáticamente cómo las actuaciones de los planes de formación ayudan a generar empleo y a impulsar la empleabilidad, la productividad y la competitividad en la economía. Es el momento de pedir que los resultados sean mejores para contribuir al crecimiento del PIB. Es el momento de eliminar las dudas sobre el valor y el potencial que tiene un sistema de gestión de la formación que se ha ido desarrollando y perfeccionando cada día durante los últimos 20 años.
La contribución de la formación al desarrollo del país es incuestionable. La capacitación y la formación de los trabajadores en estos años precedentes ha posibilitado el gran boom económico que ha operado en la economía española hasta el año 2008. Sin la adecuada preparación de las personas, las empresas no habrían podido aprovechar las oportunidades que los mercados les han brindado.
Al tiempo, el sector se ha profesionalizado y la consultoría de formación ha desarrollado una oferta de formación que hoy es vital para ayudar a la recuperación del crecimiento y la creación de empleo, ¿Queremos perderlo? No es un asunto baladí.
José Antonio Fernández Ramos. Presidente de Sanromán