Cebar la bomba del crecimiento
En una economía madura como la española, en la que el consumo privado supone más del 60% del producto interior bruto, la evolución de la renta disponible de los hogares, junto con las expectativas, es determinante para el crecimiento. La larga crisis económica iniciada en 2008, que en España lleva aparejadas señas de exagerada longevidad por el alto grado de endeudamiento de los agentes económicos, ha sido especialmente esquiva con la renta disponible de los españoles, sobre todo aquella que depende del trabajo por cuenta ajena.
La pérdida masiva de empleo, aún no concluida en un país en el que por la naturaleza de su legislación ajusta por cantidad en vez de hacerlo por precio, está condenando a los hogares a una contracción muy severa de los recursos disponibles vía salarial. En concreto, desde que se inició la crisis la cesión de remuneración de los asalariados ha cedido 12 puntos porcentuales en términos reales, que han tenido un reflejo inevitable en la demanda de consumo e inversión y, por ende, en el crecimiento. Pero la generalización de la crisis de deuda, que ha puesto al Tesoro español bajo la lupa de los mercados, ha añadido presión sobre los hogares con una fuerte subida de impuestos en los últimos 20 meses, intensificada con el tirón en el IRPF, rentas de capital e IBI aprobado por Rajoy.
El segundo escalón recesivo de la economía, que puede llegar al 1,5% según las estimaciones internas más prestigiosas, es hijo directo de esta pérdida de renta adicional y de la falta de expectativas racionales de recuperación en el medio plazo. Aunque los financiadores, los mercados, pueden haber recibido de buen grado el ajuste fiscal por el compromiso explícito de control del déficit, no parece suficiente como para reducir el coste de financiación (hasta ahora muy limitado) hasta el punto de que rebote la actividad. Y dado que la economía española no puede acostumbrarse a vivir con más de cinco millones de parados como si no pasase nada, sus administradores deben hacer algo más para cambiar definitivamente el estado de ánimo de inversores y consumidores, de dentro y de fuera del país, y con él, de forma paulatina, el signo de la actividad.
Ese algo más no es poca cosa: una reforma laboral profunda, que proporcione a los 5,3 millones de parados oportunidades de retornar al trabajo y convertirse a su vez en motor de la demanda y del crecimiento; un saneamiento del sistema financiero severo que capitalice a todas las entidades, ahuyente el fantasma de su insolvencia y devuelva el crédito; y un control de las cuentas públicas que convierta de nuevo a España en un país solvente ante sus fiadores financieros. Cuando antes se logren las tres transformaciones, antes habrá margen para utilizar la palanca fiscal, en la que tanto crédito tiene depositado el Gobierno para estimular la renta disponible de la ciudadanía.