Recesión y consolidación fiscal en Europa
El Fondo Monetario Internacional ha dibujado un panorama de actividad para los dos próximos años contractivo para Europa, y muy contractivo para economías como la española y la italiana. Es coincidente, en el caso español, con las estimaciones que acaba de hacer públicas el Banco de España, muy pesimistas en materia de crecimiento y empleo. La recuperación se retrasa en ambos casos, con el riesgo de retroalimentar la espiral destructiva sobre algunos de los agentes que ahora son considerados causa directa de la crisis: mercado de deuda y sistema financiero. Pero España e Italia merecen un trato especial. Por el tamaño de sus economías no puede tomarse su desempeño a broma y debe buscarse una solución válida para todos que aleje el fantasma de la insolvencia y evite nuevos episodios críticos en los mercados de deuda; evitar, en definitiva, que algunos de los pasos que se han dado hasta ahora, como la inyección masiva de liquidez por parte del BCE que ha tranquilizado a los mercados financieros, sea superada por las circunstancias.
Sea por negligencia política o por imposibilidad financiera, ni España ni Italia, y seguramente ni la propia Francia, podrán cumplir los escenarios de consolidación fiscal. Seguramente en ambos casos sería deseable la puesta en marcha de un fondo de estímulo al crecimiento, así como sellar los riesgos de liquidez soberana con un incremento de los recursos del fondo de rescate, por mucha resistencia que ofrezcan Alemania u Holanda. La situación es la que es. Ni España ni Italia han sido capaces de reducir su déficit público durante los años de la crisis en más de un punto por año, lo que ha desbocado el volumen de deuda pública. Pretender ahora de un solo golpe llevar el desequilibrio fiscal al 3% en solo dos años desde el 8,2%, en el caso español, es una temeridad. Una temeridad que puede meter a la economía en una espiral contractiva peligrosa, pues supone una retirada de renta de la circulación de cerca de 60.000 millones de euros en dos años, amén del coste que tendrá el repliegue de las rentas del capital si los bancos son obligados a destinar a provisiones todo su beneficio.
Bruselas no entiende de ideologías, solo de números, como ayer ya pudo comprobar el ministro Luis de Guindos en su estreno en el Eurogrupo. Tuvo que soportar el chorreo de los virtuosos de que España se ha desviado peligrosamente del cauce de consolidación, y debe ser corregido. Pero si la recesión se ceba con España, y se ceba porque es inevitable, Bruselas debe relajar los escenarios de consolidación fiscal y retrasar la consecución del 3% de déficit fiscal hasta al menos 2014, aunque ello suponga la modificación de una modificación. Es una decisión política que no puede poner en peligro los avances producidos en otros frentes para salvar el euro. España, a cambio, debe agradecerlo con profundas reformas financiera, estatal y laboral.