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Tribuna
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Ajustes y crecimiento

El crecimiento económico en toda Europa está secuestrado por las circunstancias. El único estribillo que los líderes europeos han podido cantar juntos hasta la fecha -con mayor o menor afinación- es el de la austeridad pero, como no puede ser de otro modo, si todos la aplican a la vez, la contracción de algunas economías europeas -incluida España- es inevitable. El problema de la crisis en Europa forma parte, en cualquier caso, de una perversa dinámica en la que es preciso flagelarse primero para optar a algo mejor después. En particular, si no se aplica austeridad, los costes financieros -con la prima de riesgo a la cabeza- se disparan y la situación se complica aún más porque lo que se señaliza es falta de sostenibilidad.

Pero la austeridad no está siendo una solución en sí misma, es una purga necesaria, aunque mal administrada. Lo deseable sería, por enrevesado que parezca, que el compromiso de austeridad fuera tan generalizado y creíble que el calendario pudiera renegociarse para hacerlo más razonable en plazos y condiciones, liberando recursos para destinarlos a políticas de crecimiento. Por eso, el Gobierno, conocedor del castigo que los mercados impondrían a un anuncio sin más de déficit público del 8%, optó por adoptar ajustes mucho más contundentes de lo esperado el pasado viernes. Simplemente, porque por duros que sean, parecía necesario comenzar a marcar la pauta, obligado por las circunstancias.

Por todo ello, parece razonable aplicar recortes en los ministerios -en particular en los gastos corrientes- y, como no podía ser de otro modo, reactivar la vía de los ingresos fiscales, algo que contradice el discurso anterior de este Gobierno. Luego están los detalles y estos son muy importantes porque recortar y recaudar requiere elegir. Que se haya escogido el IRPF como vía de generación de ingresos parece acertado dada la progresividad potencial que ofrece.

Eso sí, visto lo visto, parece que hubiera sido conveniente hacer aún más progresiva la recaudación porque la nueva subida se centrará fundamentalmente, como porcentaje de su renta, en los que ingresan menos de 70.000 euros al año y la diferencia contributiva de alguien que gana 80.000 euros y otro que gana 400.000 no se puede zanjar con una diferencia porcentual reducida en el tipo marginal. En todo caso, se hace evidente que serán necesarias nuevas vías de generación de ingresos y privatizaciones en el futuro. Puestos a buscar otros aspectos mejorables, tampoco parece lo más acertado recortar en fondos para I+D+i, un concepto vital para la innovación y el crecimiento, pero que sufre ajustes a la baja con todos los Gobiernos cuando la coyuntura no es favorable, algo incomprensible.

Por otro lado, no pueden olvidarse otras medidas anunciadas anteriormente por las que se arbitraron deducciones y sistemas de ayuda al emprendimiento y a trabajadores autónomos que cabe acoger favorablemente, como los sistemas de compensación fiscales para facturas pendientes con la Administración. Todas las medidas que reconduzcan recursos reduciendo deuda y aplicando excedentes en fomento de actividad empresarial y competitividad son bienvenidos.

Para favorecer el crecimiento, la situación actual de austeridad presupuestaria solo puede contrarrestarse por la vía privada si se dan las condiciones financieras y fiscales para ello. Para poder jugar en la liga de las políticas de estímulo del crecimiento hay que pasar primero por el aprobado de la austeridad pero la superación de ese nivel debe servir para aplicar la misma eficiencia y apuesta por la productividad en épocas de expansión. Mientras tanto, el estímulo del sector privado requiere medidas imaginativas, por un lado, y la solución de los problemas bancarios, por otro. Aún conocemos poco de por dónde va a seguir la reforma financiera, aunque algún tipo de saneamiento y una mayor concentración en el sector son las palabras más frecuentemente citadas por los miembros del Gobierno. Necesitamos mucho más detalle, y pronto, en este contexto. En todo caso, si no se hace algo verdaderamente contundente y creíble en el sistema financiero, la perspectiva no parece favorable a que el crédito mejore en el próximo año, por lo que es posible que 2012, en su conjunto, sea todo un acto de constricción económica con la esperanza de una promesa de un futuro mejor en términos de crecimiento. Mi duda en este ámbito es si tenemos tanto tiempo como a veces pensamos que disponemos en nuestro país.

Y a todo esto, todos los esfuerzos son solo una condición necesaria pero no suficiente, porque si Europa no supera sus problemas, el problema del crecimiento seguirá ahí, como un elefante difícil de sacar de la habitación y echar a andar.

Santiago Carbó. Catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Granada

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