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Tribuna
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Un discurso decepcionante

Discurso aceptablemente biensonante el que acaba de pronunciar el candidato a presidente del Gobierno. Solo que tan estandarizado, general e inocuo que vale para ser repetido por cualquier candidato en no importa qué país, circunstancia o época. Ha sido, pues, el discurso de siempre, pero no el que necesita España en 2012. Porque lo que España espera en estos momentos es un plan cuantificado, un proyecto terminado, un modelo integrado con todas las variables importantes consideradas, cifradas y con sus efectos calculados a corto y medio plazo. De dónde sale el dinero, hacia dónde se empleará y qué efectos tiene sobre el empleo y el PIB. Esto hace meses que ya debería estar hecho, y hasta dicho. Y hoy, todo lo que no sea presentar un plan significa perder un tiempo precioso.

Sabemos que en el mundo se enfrentan hoy dos ideas: la del recorte de gastos para reducir deuda y la del crecimiento económico sin el cual el empobrecimiento es seguro. Sin entrar en sus razones, sabemos que un país es algo complejo y que para dirigirlo hace falta centrarse no solo en una de sus variables problemáticas (el déficit), sino en todas a la vez, ya que se encuentran inevitablemente interrelacionadas. ¿Cuáles son esas variables? Sin duda, porque los humanos no demandamos otras, las que se derivan del siguiente patrón referencial de valores universales: salud, riqueza material, seguridad, conocimiento, libertad, justicia distributiva, conservación de la naturaleza, calidad de las actividades y prestigio moral. Y quien ignore este guion ya consolidado irá como ciego por la vida.

¿Y cuál es la posición relativa de España en estos valores sin cuyo conocimiento no deberíamos dar ni un paso? ¿Qué tipo de perfil presentamos? Si partimos de un espacio internacional comparable (por ejemplo, los 10 países europeos más desarrollados), comprobamos que estamos los últimos en riqueza material (renta per cápita), primeros en seguridad (por prestación al desempleo) y últimos en justicia distributiva y calidad de las actividades (debido al 22% de paro). No cabe mayor y más absurdo desequilibrio global y la única política posible es intentar limitarlo modificando los valores (sus indicadores empíricos) más desviados y en consecuencia más potentes; y no se puede llevar a cabo una política mínimamente correcta sin conocer este perfil. Hay algo, pues, que debería estar inscrito en el frontispicio de todos los Parlamentos del mundo: los nueve valores del patrón referencial cuya maximización y equilibrio resumen el fin de toda política.

¿Conoce el señor presidente el error que viene cometiendo España? Porque centrarse en reducir endeudamiento (déficit+deuda) cuando es precisamente el valor en el que España está razonablemente bien situada, solo ahonda el desequilibrio ya existente en riqueza material (creceremos menos que los demás), en justicia distributiva y calidad de las actividades (seguirá creciendo el paro y el bochorno internacional) y en seguridad (crecerá la prestación por desempleo).

Significa hacer exactamente lo contrario de lo que está pidiendo nuestro perfil axiológico. Y todo, al parecer, porque se mimetizan en exceso las indicaciones que provienen de Alemania u otros países que no presentan, ni de lejos, perfiles tan desequilibrados y absurdos como el español. ¿Por qué absurdo? Porque nuestro perfil señala tres hechos inexplicablemente desconectados: ¿es correcto proponer una política de ajuste duro en un país con cinco millones de parados, más de cuatro millones de puestos de trabajo vacantes si queremos transformar nuestra estructura productiva y unos 50.000 millones de euros anuales dilapidados por desempleo y otras causas, cuando integrando los tres desequilibrios se reduciría el paro a la mitad? ¿Pero acaso no se trata de optimizar el uso de los recursos escasos? ¿Cómo se puede entonces desaprovechar este potencial específico e insólito que presenta el perfil español?

Esperábamos, por fin, un plan global, integrado, ambicioso, nuevo, capaz de convencer a propios y extraños de que mediante el mismo seríamos capaces de conciliar crecimiento y deuda por convicción profunda, por lógica sistémica, por consenso técnico y por fuerza política. Pero nada de esto vimos, y al enfatizar de tal manera el déficit estamos aceptando sumisa e incomprensiblemente la vía griega hacia el empobrecimiento. Solo faltaría, para cerrar tan extraño círculo, que Alemania y los mercados nos den encima palmaditas en la espalda.

Francisco Parra Luna. Catedrático emérito de la Universidad Complutense

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