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Columna
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Ni eurobonos ni BCE: la larga marcha hacia el nuevo euro

Olviden las prisas, aunque los mercados se vuelvan histéricos. La solución a la larga crisis del euro no existe. Lo que hoy se decide es importante, pero sus resultados no se verán más que en el medio plazo.

Para entender lo que se discute este viernes en Bruselas, permítanme una lectura inusual de la crisis. En el origen fue el acuerdo de Deauville (octubre de 2010) entre Merkel y Sarkozy, que desencadenó el pandemonio que nos aflige. Era unos meses más tarde del salvamento de Grecia y las primas de riesgo se habían reducido substancialmente. Fue en este contexto, relativamente tranquilo, en el que Merkel lanzó su bomba: el fondo de estabilidad transitorio, creado para la crisis griega, debería substituirse, a partir de 2013, por uno permanente. Y su puesta en marcha exigiría cambios en los Tratados que deberían permitir: a) que un país se declarara insolvente; b) que la UE pudiera salvarlo y c) que el sector privado pagara parte del rescate. Esta última exigencia abrió la caja de los truenos: afectando primero Irlanda, después a Portugal y, finalmente, a Italia y España. Además, las decisiones del 21 de julio, imponiendo una quita voluntaria del 21% a los tenedores de bonos griegos y, posteriormente, del 50% el 26 de octubre, no hicieron más que aumentar la inquietud por esa exigencia a partir de 2013.

¿Cual ha sido la pretensión alemana en mantenerla, sabiendo lo que ello comportaría? La respuesta solo puede ser que Alemania ha estado utilizando los mercados de deuda como ariete, presionando a los países con elevada deuda pública y pérdidas de competitividad. Y, una vez que han accedido a efectuar las reformas necesarias, o están en curso de hacerlo, levanta el pie del acelerador. Y anuncia que renuncia a la cláusula de participación del sector privado, con la excepción de Grecia.

Esta posición tan peligrosa solo se entiende a partir de dos premisas y de un temor. Las primeras están relacionadas tanto con los problemas generados en el nacimiento del euro como con los que han provocado la crisis actual. Ambos pueden sintetizarse en las negativas consecuencias de la falta de mayor integración política. æpermil;sta fue siempre la demanda alemana para aceptar la Unión Monetaria, en clara contraposición a Francia. Pero el apoyo de ésta última a la reunificación con el Este lo pagaron los alemanes permitiendo la desaparición del marco alemán sin avanzar en la unión política. Los errores de esta decisión se hacen evidentes ahora.

Y ahí es donde enlazan los problemas actuales con los derivados de la insatisfacción de Alemania por el nacimiento del euro. En la versión alemana de la crisis, ésta se origina por un exceso de deuda pública y/o por pérdidas de competitividad de los países más débiles. Y la trayectoria que estos han seguido, muestra que esos problemas no pueden resolverse sin mediar presiones exteriores, es decir, una autoridad única europea.

Por lo que se refiere al temor que inspira la situación actual, existe el riesgo que la opinión pública alemana abandone su posición europeísta si se cede a las pretensiones de Francia y otros países del sur, ampliando los mecanismos de transferencia de recursos. Por cierto, la advertencia de Standard&Poor's ha sido leída en Alemania como un recordatorio de que ya se han avalado cerca de 500.000 millones de euros. Y que no se puede ir más allá.

Porque se trata de cerrar el tortuoso camino hacia la unidad política, porque hay que atacar el exceso de deuda y las pérdidas de competitividad y porqué la opinión pública alemana podría volverse en contra del proyecto europeo, no esperen medidas salvadoras de la cumbre de hoy. Ni eurobonos, ni compras masivas de deuda por parte del BCE, como dejó claro Draghi ayer.

¿Qué nos queda? Avanzar hacia la unión fiscal y las reformas para incentivar el crecimiento y, en el ínterin, reforzar el papel del BCE como garante de la liquidez del sistema, en línea con lo decidido el jueves: reducción de tipos, ampliación de las subastas de liquidez a 3 años, menores exigencias en el colateral y reducción del coeficiente de reservas. Continuamos avanzando hacia la cumbre, pero nos queda una larga y tortuosa escalada.

Josep Oliver Alonso. Catedrático de Economía Aplicada (UAB)

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