Las diferencias de Rajoy
Bruselas observa con intriga al candidatísimo Mariano Rajoy y se pregunta cuál puede ser la diferencia en la relación con Madrid si se produce el relevo politico el próximo 20-N.
La llegada de Rodríguez Zapatero a la Moncloa en 2004 puso fin a la política europea seguida por el Gobierno de Aznar, que se había alejado del eje franco-alemán como consecuencia de la guerra de Irak y de las disputas sobre el sistema de voto (proporcional a la población) previsto en el proyecto de Constitución Europea (sistema incorporado luego al Tratado de Lisboa).
El presidente socialista, volcado en la agenda nacional, se ha limitado durante siete años a apoyar en Bruselas las propuestas consideradas más europeístas, lo que ha convertido a España en un socio cómodo aunque sin apenas capacidad de iniciativa.
¿Mantendrá esa línea Rajoy si gana las elecciones? ¿Será más beligerante? ¿Romperá de nuevo con Berlín y París para aliarse con Londres? Las preguntas circulan por los pasillos de las instituciones comunitarias. Y las respuestas varían en función del área en que se plantean.
En el terreno político-institucional, se espera cierta continuidad, más allá del previsible cambio de caras. Bruselas no parece temer un giro euroescéptico en la delegación española, dada la tradición europeísta de su diplomacia. La tranquilidad se afianza ante la pérdida de terreno sufrida en el Partido Popular por elementos más hostiles a Bruselas, encarnados por Esperanza Aguirre, cercana a David Cameron.
El fracaso del experimento del líder conservador británico (que retiró a los tories del Partido Popular Europeo y solo ha logrado perder influencia) tampoco augura que los populares españoles vayan a tomar esa senda. Fuentes comunitarias recuerdan, además, que los europarlamentarios españoles del PP suelen militar en las posiciones más europeístas, y citan nombres como Cristóbal García-Margallo, Pilar del Castillo o Íñigo Méndez de Vigo, entre otros.
De modo que, como diría Albert Pla, ¿cual puede ser la diferencia al fin si todo es tan afín? Se prevé que los matices surjan en áreas concretas como la medioambiental, la regulación del sector financiero o la orientación de las políticas sociales y laborales. La postura de España podría ser decisiva en debates como la ampliación del objetivo de reducción de emisiones de C02 (del 20% al 30%) o en el control más o menos estricto de los productos y actores más sofisticados del mercado bursátil. En todos esos puntos, para un gallego como Rajoy no será difícil demostrar que "entre el blanco y el negro siempre está el gris".
En otros temas cabe esperar que prevalezca el llamado interés nacional. Es el caso de las negociaciones sobre los presupuestos europeos para 2014-2020, un período en el que España se convertirá por primera vez en contribuyente neto (es decir, recibirá de Bruselas menos dinero del que aporta). La delegación española, previsiblemente, mantendrá la consigna de amortiguar ese impacto defendiendo la contención del gasto comunitario, siempre que no se toque ni la política agrícola ni la de cohesión (fondos regionales).
El gobierno post-20-N, sea del signo que sea, también continuará, sin duda, la batalla en defensa del uso del español en el ámbito comunitario (el Gobierno actual mantiene un litigio ante el Tribunal de la UE contra la intención de Bruselas de crear un título de patente europea en inglés, francés y alemán).
Y queda, por último, la inevitable ofensiva para recuperar puestos de influencia en una nomenklatura comunitaria donde España parece haber perdido peso. Aparte del puesto de comisario europeo (Joaquín Almunia), que es de cuota nacional, los españoles no proliferan en la cúpula comunitaria.
El primer lance llegará el año que viene, con la salida de González Páramo del Comité Ejecutivo del BCE, un cargo que, en teoría, debería ser ocupado por otro español. El Gobierno de turno deberá estar atento para que la teoría se cumpla. Pero es probable que la refriega se extienda también a puestos más sombríos pero casi igual de influyentes. Si llega a la Moncloa, Rajoy podrá preguntar a su familia política europea de Rajoy, dominante en casi todos los países de la UE, cómo acceder a esas interesantes parcelas de poder.