Una reeducación económica
Recordando aquello de que no hay mal que por bien no venga, pensamos que uno de los bienes que puede traernos esta crisis, tan repugnante en sus orígenes, es sin duda la reeducación económica, que se está tratando de realizar en la fase actual en que nos encontramos.
Las idas y venidas, de las que todos los días nos informa la prensa, en cuanto al comportamiento heleno para cumplir las condiciones que se les han impuesto para ayudarles en las distintas fases del rescate, que les ha ofrecido la UE, no son otra cosa que la reacción con la que normalmente responden los educandos a las enseñanzas que tratan de transmitirles sus educadores. La experiencia es mucho más amplia que la que descubrimos en el país que representa la situación más extrema. Sin ir más lejos, reacciones parecidas se están dando también en Italia y en nuestro país, aunque, por ahora, la disciplina que nos exigen los educadores no es tan severa.
La reeducación económica, que se quiere conseguir con los planes de austeridad que intentan restablecer la disciplina presupuestaria y financiera, a nivel público y privado, no tiene otra finalidad que la de recordarnos que ni el Estado y sus instituciones ni las empresas y los hogares privados pueden vivir por encima de sus posibilidades, refugiándose en las artimañas financieras con que facilitan el crédito las diversas entidades financieras, públicas y privadas.
El caso más significativo fueron esas hipotecas subprime que concedían en EE UU a los que se sabía que por su situación económica no podrían reembolsarlas por lo que las entidades prestamistas buscaron la forma de transferir esos riesgos al sistema financiero de otros países.
Los más elementales principios de la educación económica establecen que los gastos, que se pueden permitir los ciudadanos a nivel privado y público deben corresponder a los ingresos que, con una seguridad prudencial, van a conseguir, en un plazo previsible, los que toman las decisiones sobre el gasto. Lo que, sin embargo, estamos comprobando en esta fase de la evolución de la crisis, en la que propiamente más que los efectos directos de la crisis inicial se han impuesto sus efectos colaterales, es que en todos los niveles desde la Administración central, pasando por las autonómicas y locales, hasta los diversos agentes de la actividad privada como los bancos y la mayoría de las empresas de diversos sectores y los hogares, se encuentran unos niveles de endeudamiento a los que no se puede responder con los ingresos de la actividad normal.
Es verdad que a esta situación extrema se ha llegado por la inesperada crisis de las finanzas norteamericanas y que si no se hubiera provocado esta anormalidad, la burbuja inmobiliaria habría ido explotando con más moderación y la morosidad de los bancos habría sido más manejable, lo mismo que los pagos pendientes de las Administraciones públicas.
Pero una vez que se ha provocado la aceleración de los procesos, solo queda reconocer que se estaba teniendo un comportamiento económico muy arriesgado y que, por mucho que nos cueste, en vez de fomentar actitudes infantiles ante los que les ha tocado hacer de reeducadores, porque son los que pueden ayudarnos a salir de esta situación con sus rescates, hemos de aceptar sus lecciones, cada uno al nivel que le corresponda, para vivir con más realismo, sabiendo que el único camino por el que no encontraremos fronteras es el del propio rendimiento, en una sociedad correctamente ordenada.
Frente a las críticas por la dureza de los planes de austeridad que se imponen a los países que necesitan ser rescatados hay que tener en cuenta que los rescatadores pasaron antes por situaciones parecidas. En Alemania se pusieron en práctica algunas de las medidas, que ahora se exigen para facilitar el rescate, con la Agenda 2010, que propuso el canciller socialdemócrata Gerhard Schröder y posteriormente con el Gobierno de Coalición cristiano-demócrata y socialdemócrata, presidido por la canciller Angela Merkel.
Resulta, por eso, poco razonable que se critique que exijan las reformas necesarias, por las que pasaron los países que han de aportar las ayudas para el rescate, sobre todo si existe el peligro de que por no poner en práctica esas medidas, pasado algún tiempo después de llevado a cabo el primer rescate, se vuelva a encontrar el país necesitado de un segundo rescate, como está ocurriendo en Grecia.
Eugenio M. Recio. Profesor honorario de Esade