¿Pública o privada?
Es un debate recurrente en las sociedades occidentales. Y, a tenor de los procesos de ajuste presupuestario que asuelan buena parte de Europa, la cuestión retoma en estos tiempos relevancia. Llega un momento en la vida de toda familia ?generalmente en las de clase media o media-alta? en que salta la duda: ¿es mejor llevar a los niños a una escuela pública o privada? ¿Debemos confiar en uno de los pilares del Estado del bienestar o apostar por fórmulas alternativas? Independientemente de la decisión que se tome en ese momento, unos 15 años después vuelve a surgir el interrogante, esta vez en una fase determinante para el porvenir profesional del estudiante: ¿dónde debe cursar la carrera?
A juzgar por las cifras, la decisión no parece complicada. La inmensa mayoría resuelve (o se ve forzada a) matricularse en universidades públicas. Según datos de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE), en 2009 había 1,2 millones de estudiantes matriculados en centros públicos, frente a 81.000 en la privada. Siguiendo en el terreno cuantitativo, la diferencia de precio entre ambas opciones es muy significativa: mientras que un curso en una Facultad pública cuesta en torno a los 850 euros (cifra que decrece en función de las matrículas de honor que obtenga el estudiante), en una escuela privada sale por unos 7.300 euros anuales. Así lo estima un informe de la Federación de Usuarios y Consumidores Independientes (FUCI), en el que se señala también que el dinero pagado por el estudiante de la pública apenas cubre el 30% de los costes totales.
¿Resulta acertado, pues, hacer frente a tamaño desembolso? La respuesta no está tan clara. Cada modelo tiene sus puntos fuertes y débiles, y ninguno de ellos garantiza lo que la gran mayoría busca: acceder a un buen puesto de trabajo. "Los responsables de recursos humanos suelen ver un carácter excesivamente teórico en los estudiantes de la pública y más práctico en los de la privada", señala José Andrés Sánchez Pedroche, rector de la Udima, la primera universidad no presencial totalmente privada del país.
Sánchez Pedroche destaca que una de las fortalezas del modelo privado son los convenios de colaboración con empresas y con centros de posgrado en el extranjero. "La estructura excesivamente burocratizada de la universidad pública le impide adaptarse con rapidez a los nuevos tiempos", apunta, aunque añade que "los rectores de universidades públicas están cada vez más concienciados de que deben enfocarse en las salidas profesionales". Esa es una de las razones de ser del controvertido Plan Bolonia: dotar el programa académico de mayores contenidos prácticos.
El déficit de colocación en el mundo laboral no es fácil de arreglar, especialmente en un país en el que la tasa de paro superó el 18% en 2009 y lleva desde 2010 por encima del 20%. En una reciente entrevista en Cinco Días, el presidente de la CRUE, Federico Gutiérrez-Solana, señaló que "Universidad, empleadores y Administración tienen que sentarse en una misma mesa" para corregir el "subempleo con respecto al nivel de formación". "Tenemos personas muy bien formadas que luego pasan al mercado laboral con muy poco valor diferencial. No se está aprovechando esa capacidad para favorecer el desarrollo de las propias empresas", opina Gutiérrez-Solana.
Las fuentes consultadas, principalmente docentes de centros de ambas titularidades, coinciden en esencia en los rasgos definitorios de cada modelo. El retrato robot de la universidad pública es el de un centro de buen nivel docente, con una orientación algo teórica y un trato comparativamente impersonal a los alumnos. La escuela privada, por su lado, destaca como principales activos sus mejores instalaciones y material, una enseñanza más personalizada (tildada a veces de paternalista) y buenos contactos con las grandes escuelas de negocios. Al margen de las consideraciones académicas, hay otro factor de gran importancia para los estudiantes, especialmente los más jóvenes: la Universidad pública ofrece una experiencia de mayor riqueza a nivel personal. Un componente, el lúdico, contra el que no pueden competir los centros privados.
Los principales rankings independientes son demoledores respecto a la dicotomía público/privado, dado que estas últimas brillan por su ausencia. Así, el indicador elaborado por el rotativo británico The Times considera que el mejor centro español es la Universitat de Barcelona (UB), en el puesto 142º del mundo, mientras que la también barcelonesa Universitat Pompeu Fabra (puesto 155º) completa la representación nacional entre las 200 mejores. El QS World University Rankings solo incluye a la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), con el puesto 194º, mientras que la lista de la Shanghai Jiao Tong University coloca cinco centros españoles (la Universidad Complutense de Madrid, la UB, la Universidad de Valencia, la Autónoma de Madrid y la Politécnica de Cataluña) entre las 300 mejores del mundo. Desde el punto de vista de las publicaciones científicas, la presencia nacional en el ranking del Scimago Research Group va encabezada una vez más por la UB (puesto 162º), seguida de la Complutense (210º) y la UAB (241º).
El prestigio de las universidades públicas está contrastado, y desde la CRUE confían en que los recortes anunciados por algunas comunidades autónomas no erosionen el caché conseguido tras años de esfuerzo. Hay que tener en cuenta, recuerda la rectora de la Universitat de les Illes Balears, Montserrat Casas, que "España es, con una financiación menor porcentualmente a la media europea, el noveno país del mundo en producción científica". Así, los países de la UE destinan unos 16.000 euros por estudiante, el doble que la media nacional. De la misma manera, los centros privados reivindican su buena calidad, y quieren rehuir de su gran estigma: su vocación mercantilista. "El fin de lucro no es nada malo en sí mismo. Al fin y al cabo, Harvard gana mucho dinero y, sin embargo, está considerada la mejor universidad del mundo", reflexiona Sánchez Pedroche.