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Tribuna
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Convulsiones helenas

La Unión Europea contiene los nervios o, por mejor decir, Berlín espera, aguarda, tensiona y exige. Por si acaso, prepara ya un plan B. La crisis griega lo está devorando todo. La ciénaga de la iliquidez, los problemas de la reestructuración de su ingente deuda, la convulsión social que estalla por momentos en violencia callejera, las tímidas medidas e impotencia del Gobierno heleno para sacar adelante los durísimos recortes que Europa, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central le exigen están llevando al país al borde mismo del colapso político, económico y financiero.

A un paso del abismo, la pregunta no es otra: ¿qué sucederá con el euro? La banca francesa se sitúa en una delicada posición. Las agencias de calificación quieren revisar la misma dada su exposición a los productos financieros helenos. Hay que contener la hemorragia, adelantarse al escenario posible de insolvencia. Evitar el contagio a Italia y España. Ya no es tiempo de vendas, sí de parches antes de la herida definitiva. El default griego lastraría incluso al Banco Central con toda la deuda griega que ha ido comprando los últimos meses.

Hemos sido miopes y sordos, lo trágico es que vemos y escuchamos, pero durante mucho tiempo disimulamos. Consentimos rupturas de estabilidades, permitimos mentiras a la hora de cuadrar las cuentas, públicas y privadas. Nos creímos todos los europeos, especialmente los del sur y ahora los del este, nuevos ricos. Más los primeros que los segundos, que llegaron tarde a esos repartos. Y como tales no quisimos reflexionar ni ahorrar. Manirrotos e insolidarios vivimos la vida y el mundo como si fuera el último día. Gasto y despilfarro, sin control ni reflexión. Los Gobiernos usaron electoralmente el gasto público, no importaba el nivel político, gubernativo y administrativo.

La tensión crece en Grecia y alrededor de la misma. Las protestas callejeras llevan meses impenitentes y cada vez más violentas. El primer ministro lucha por salvar al país de la quiebra. Quizás sea demasiado tarde. No cerrado todavía el primer rescate, colea en el aire el segundo en su parte de inyección privada por parte de las entidades financieras. Los puentes con Bruselas y Washington se enrarecen en los últimos días, sin llegar a un acuerdo con la troika de representantes de los distintos organismos financieros mundiales y el Banco Central Europeo. Desde Bruselas hay un hartazgo cansino hacia Atenas. Creen que no se han tomado en serio los ajustes ni empleado la energía requerida para embridar la situación. Desde las calles y plazas helenas late un resentimiento y rechazo hacia lo que ven como una insolidaria Europa.

Reestructurar la deuda griega se está convirtiendo en una procelosa lucha política y económica financiera. La falta acuciante de liquidez, la eliminación de recursos y prestaciones públicas hacia la ciudadanía ante la absoluta falta de fondos eleva la tensión, coloca al Gobierno contra las cuerdas y asoma al abismo mismo a Grecia y a algún otro país. El Gobierno promete más austeridad y rigor. Las reformas, entre demagogia y populismo, urgen. El rescate pende de ellas. Grecia no es tan pequeño como para que su caída no haga temblar los cimientos del euro y la zona euro. No la arrastrarán, pero será el mayor movimiento telúrico de una Europa que ha ido a velocidad de vértigo pero sin gobernanza, sin rigor y sin saber realmente el coste político de una desunión fiscal y financiera. ¿Puede producirse un default griego sin que el país abandone la moneda europea? Es este quizás el gran interrogante en estos momentos.

Septiembre y octubre serán dos meses agónicos para las deudas públicas, para el estancamiento indiscutible de las economías, para la antesala o no de una segunda recesión. Las respuestas políticas se han caracterizado por su timidez, sus paños calientes, su falta de contundencia real y programática y por ir siempre a remolque de los dictados vertiginosos de las circunstancias económicas. Anticiparse y prevenir es hoy una acción imposible. No saber qué hacer es el peor de los remedios.

De nuevo los Gobiernos acuden o acudirán al auxilio de las entidades financieras europeas, alemanas y francesas. Se prevén inyecciones multimillonarias de nuevo para estabilizarlas si es que finalmente Grecia se desploma. De nuevo falla la aversión al riesgo, cegados por la especulación y la ambición. Es el poder financiero el que nunca parece perder. Si él pierde, la consecuencia es lógica, pierde el sistema económico, pero ¿y el ciudadano?, ¿qué puede esperar el ciudadano griego, pero también italiano y español?

Abel Veiga Copo. Profesor de Derecho Mercantil de Icade

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