¿Está Estados Unidos en recesión?
La respuesta la dará el comité de ciclos del NBER y suele demorarse un año. No obstante, todos los indicadores que hemos ido conociendo desde julio nos alertan que es altamente probable que la economía esté en estos momentos en recesión. El principal índice adelantado que se publica semanalmente es el ECRI y ha pasado de un crecimiento del 8% en abril a una caída del 2% en agosto, los mismos niveles que en agosto de 2008, cuando la economía ya estaba en recesión. El deterioro de los datos ha sido fulminante y se confirma la regla que nos advierte que "cuando las economías comienzan a caer, lo hacen a plomo".
La primera señal dentro de los indicadores la dio el ISM manufacturero que se desplomó en julio. Luego las peticiones por desempleo aumentaron, las órdenes de capital cayeron con fuerza, la confianza de los consumidores se desplomó y la confirmación han sido los datos de empleo.
Hay que ser prudentes aún ya que estos datos sufrirán revisiones significativas en los próximos dos meses. No obstante, las revisiones en agosto de los dos meses anteriores han sido a la baja, algo característico de las recesiones. Agosto ha sido el primer mes desde septiembre de 2010 en que la economía americana no crea empleo neto y lo que es más preocupante es que las horas trabajadas han caído un 3% anualizado. La economía americana es una economía muy flexible y el ajuste se hace primero en horas trabajadas antes de iniciar los despidos, por lo tanto el indicador coincidente de ciclo son las horas trabajadas, no el empleo.
De hecho, hay 14 millones de estadounidenses desempleados y su tasa de paro es el 9%. Pero hay otros nueve millones que trabajan a tiempo parcial de manera involuntaria por lo que sumando el subempleo la tasa sería del 15%, máximo desde la Segunda Guerra Mundial.
En Estados Unidos han estado distraídos con la crisis de la deuda europea y luego con el circo de la ampliación del límite de deuda y la posterior pérdida del AAA. Es cierto que el actual episodio de crisis financiera se ha originado en Europa y que también es altamente probable que la eurozona haya entrado en recesión. Pero de nuevo estamos en una crisis global que mezcla componentes financieros y reales que se retroalimentan generando un efecto bola de nieve.
Lo que deberíamos haber aprendido de 2008 es que, como dijo Roosevelt en la Gran Depresión, solo hay que tener miedo al propio miedo. Hay que hacer un diagnóstico correcto cuanto antes, avisar a la población de los riesgos, como se acaba de hacer ejemplarmente con el huracán Irene, y tomar las medidas necesarias.
Desde 2007 hemos puesto en marcha medidas inéditas y ya sabemos que han funcionado. La demanda de crédito se había recuperado en Estados Unidos y en Europa en 2010 y la oferta de las entidades comenzaba a normalizarse, en garantías exigidas, plazos y tipos de interés. Por lo tanto se había evitado el riesgo de japonización.
La política fiscal tiene escaso margen de maniobra pero el gasto en construcción público ha caído casi un 10% en el último año. Prioritariamente hay que aprobar un nuevo plan de estímulo que ponga en marcha las obras que no se pudieron implementar en el plan de 2009. Para evitar un aumento significativo del déficit, la prioridad debe ser eliminar las exenciones fiscales a las rentas altas cuyo impacto sobre actividad y empleo será nulo.
La política monetaria debe anunciar un nuevo plan de monetización de activos. En el mercado se especula con 300.000 o 400.000 millones. Debería ejecutarse antes de final de año y de nuevo en deuda privada, especialmente bancaria. Ahora la deuda pública es el activo refugio global y no necesitará las compras de la Fed para mantener los tipos bajos. Además hay que recapitalizar las entidades más débiles, especialmente Bank of America y Citibank, y hacerlo con capital de verdad, no con préstamos caros, como hizo Warren Buffett la pasada semana. Pero la crisis es global y la solución también tendrá que serlo. Obama debe convocar un G-20 de urgencia en el que cada país debe adecuar su política económica a la nueva realidad. Y sobre todo, hay que evitar las moralinas ejemplarizantes como sucedió en 2008 con Lehman y han estado haciendo los alemanes con Grecia. Los inversores ahora no buscan rentabilidad sino proteger su capital. De momento están asustados y hay que evitar a toda costa que vuelvan a entrar en pánico.
José Carlos Díez. Economista jefe de Intermoney