A tipos más altos, más reformas y menos déficit
Ni una sola vez mencionó el presidente del Banco Central Europeo la palabra España en su comparecencia de ayer, aunque hasta tres veces le preguntaron explícita o implícitamente por el efecto de la subida de tipos o los riesgos de que una vez rescatado Portugal los mercados financieros comenzasen a enfilar la deuda española. Con la habilidad tradicional de la esfinge, figura que adoptan siempre los banqueros centrales cuando se les pregunta por cuestiones espinosas, Jean- Claude Trichet dejó claramente a España al margen de la crisis portuguesa, como si en ningún momento los temores a una extensión de la crisis de la deuda soberana prendiesen con verdadero riesgo sobre el país. Al igual que los mercados financieros, ayer parecía sobrevolar Europa una especie de mensaje complaciente de que hasta Portugal se ha dejado llegar el agua, y que las autoridades comunitarias (monetarias, políticas y financieras) no cederán ni un metro más a los deseos de la especulación, y defenderán con los instrumentos ya creados la viabilidad de la moneda única.
Hasta ahí las buenas noticias para España. Porque la decisión, aunque al parecer aislada en el calendario, de subir los tipos de interés no es buena para la economía española, que se mueve aún con la demanda interna atenazada por la crisis y el altísimo endeudamiento acumulado en los últimos años. Más allá de aliviar tibiamente a los bancos, con una recomposición del margen de intereses, y a quienes estén en posiciones acreedoras (fundamentalmente los tenedores de ahorro), los agentes económicos ven un endurecimiento de las condiciones de financiación después de dos años con los tipos nominales en el mínimo histórico, aunque la presencia de las tensiones inflacionistas (causa primera de esta subida) sigue dejando las tasas del dinero marcadas por Fráncfort en valores reales negativos, tanto para España como para el común los europeos.
Pero aunque se trate de los mismos preceptos de hace una década, el Banco Central Europeo volvió a repetir ayer las fórmulas con las que España y otros países periféricos con dificultades de crecimiento pueden combatir el hipotético efecto contractivo que pueda tener la subida de los tipos de interés. Trichet recordó que toma decisiones para 350 millones de personas, para que las tensiones inflacionistas estén controladas, se mantenga el valor de la divisa y se garantice un crecimiento equilibrado y generador de riqueza y empleo. Por ello insistió en la necesidad de usar herramientas allí donde la política monetaria no puede llegar por su imposibilidad de fraccionarse y personificarse con decisiones a la medida de cada cual. En concreto, además de insistir en que la banca debe recapitalizarse utilizando todos los instrumentos que tenga al alcance para poder cumplir con su función de conceder crédito, hizo hincapié en la necesidad de hacer las reformas que proporcionen un mayor control de los costes y un mayor margen de competitividad a las economías, además de extremar el control de las cuentas públicas. Las tres teclas bien utilizadas, que en absoluto son nuevas en el discurso del BCE, son las únicas que hoy por hoy pueden volver a situar a España en la senda de crecimiento de la demanda para recuperar niveles de producción y generación de empleo aceptables.
Aunque España está en la recta final de una legislatura que desincentiva históricamente la flexibilización de las regulaciones más rígidas, y donde la presión política deja cada vez menos margen a la reflexión sobre el alcance de las reformas, no debe consumir los próximos 12 meses en salvas. Debe aprovechar la circunstancia de que los mercados bien habrían podido indultar a España y sus emisiones de deuda tras cobrarse la pieza portuguesa, aunque en ningún caso debe considerarse la reacción de estos de ayer como definitiva en esta materia. Y debe, porque a fin de cuentas no queda otro remedio, buscar el uso de palancas alternativas a los estímulos monetarios para el crecimiento, teniendo en cuenta que está ya vetado el gasto público no inversor. Por tanto, no queda otra opción que flexibilizar las condiciones de los mercados de oferta de bienes, servicios y factores, que hasta ahora, como recuerda con tono crítico Fernández Ordóñez, "van en la buena dirección, pero no basta, porque no lo hacen con la profundidad adecuada".