Donde no hay publicidad
Aquel semanario de humor, La Codorniz, que fundó Álvaro de Laiglesia, proclamaba ser "la revista más audaz, para el lector más inteligente". Recordemos su portada en las celebraciones del pasado régimen bajo el título 25 años de Paz ciencia. Entre sus secciones habituales figuraban La cárcel de papel y La comisaría de papel, que merecerían su urgente recuperación.
También otra de extraordinario interés con el lema de Donde no hay publicidad, resplandece la verdad. Pero podría considerarse que ese enunciado habría sacrificado la exactitud de la frase en aras de la una mayor concisión. De modo que dejaría algún cabo suelto de importancia. Porque la ausencia de publicidad viene a ser, como se dice en Matemáticas, una condición necesaria para que resplandezca la verdad, pero es de conocimiento general que no es condición suficiente para que ésta brille. Eliminar la publicidad en modo alguno garantiza de modo automático que aflore la verdad.
Estamos convencidos de que sin contradicciones no podríamos sobrevivir, ni tampoco lo harían los más nobles emprendimientos. Así, por ejemplo, sucede con la ahora menguante prensa en soporte de papel. Recordemos que surgió para dar a conocer la Biblia y que con su difusión se hizo posible el "libre examen" de la reforma protestante.
Pero, enseguida, quedó claro que la tecnología de Gutenberg serviría con la misma facilidad para imprimir cualquier herejía, que la máquina era incapaz de discriminar los libros piadosos de los impíos, que llenaron el índice de libros prohibidos de la Santa Iglesia Romana.
La prensa periódica pasó de ser un intento de red limitada únicamente a los ilustrados a convertirse en un arma decisiva para la educación de las masas, capaz de liberarlas de la alienación bajo la que se encontraban.
Otra cosa es que mientras los ingresos de la prensa procedían del precio de venta hubiéramos podido pensar que aquellas publicaciones con afinidades hacia los movimientos obreros gozarían de ventaja para su sostenimiento. Pero cuando se sobrepuso a la condición informativa e instructora de los periódicos la de soportes publicitarios que vendían audiencias a los anunciantes todo se alteró. Porque, como sabemos, las audiencias están discriminadas a esos efectos según sea estimado su poder adquisitivo. De manera que la suma de tirada (número de ejemplares) y condición social (poder adquisitivo) produjo efectos de prosperidad para las publicaciones de la élite y de dificultad para las de las masas, que acabaron abdicando de sus propósitos pedagógicos y buscaron subsistir en el cultivo del amarillismo populista.
Por ejemplo, hasta hace unos años, los diarios deportivos de gran tirada vendían sus espacios publicitarios a precios más baratos que los diarios económicos de tiradas muy inferiores por el factor de corrección del diferente poder adquisitivo atribuido a unos y otros lectores.
En definitiva, los periódicos necesitan de la publicidad para sostenerse pero la publicidad presenta a veces contraindicaciones para la información. Asuntos de primera relevancia desaparecen de los espacios informativos de la prensa, la radio y la televisión porque afectan a poderosos anunciantes a quienes los medios prefieren dejar exentos de cualquier pesadumbre crítica.
Solo así se explica que la estafa de Nueva Rumasa haya estado ausente de los medios en tanto en cuanto su codiciada campaña de publicidad se mantuvo activa con pingües beneficios para los elegidos. Y no conviene añadir más ejemplos para evitar los perjuicios que pudieran sobrevenir a quienes nos aguantan en las líneas de aprovisionamiento, sin las cuales acabaría la supervivencia.
Por todo lo anterior, el nuevo modelo de TVE, sin militancia política, fuera de su antigua condición de servicio doméstico del gobierno de turno y sin publicidad, dicen las encuestas (véase el estudio de Random para Uteca de febrero de 2011) que tiene el respaldo del 86,7% de los espectadores de TVE.
Además, si sus servicios informativos interiorizaran las posibilidades insólitas que se les abren al verse liberados de los condicionantes publicitarios, divisaríamos unos horizontes fantásticos.
Veremos.
Miguel Ángel Aguilar. Periodista