La zona euro se merece un BCE muy potente
Gracias a Jean-Claude Trichet, la zona euro ha disfrutado durante ocho años de una autoridad monetaria con prestigio mundial. La Unión Monetaria no debería renunciar a ese privilegio cuando el 31 de octubre expire el mandato del francés como presidente del Banco Central Europeo.
A la hora del relevo de Trichet, los líderes europeos deberían resistir por una vez la tentación de colocar al frente de las instituciones comunitarias a personajes grises a los que poder tutelar. Y reconocer que el BCE se merece un presidente a la altura de la credibilidad que ese organismo federal se ha ganado en poco más de una década de existencia. No en vano ha sido el único emisor que sale reforzado de la crisis, de lo que no pueden presumir sus venerables colegas de la Reserva Federal estadounidense o del Banco de Inglaterra.
Pero la preeminencia de Fráncfort en la política monetaria mundial puede tener los días contados si la elección del tercer presidente del BCE (tras Trichet y su antecesor Wim Duisenberg) degenera en la búsqueda de un consenso de mínimos. El error se ha cometido demasiadas veces últimamente en la UE como para no temer un nuevo fiasco. El resultado sería el nombramiento de alguien cómodo para todas las capitales de la zona euro, pero sin peso real dentro ni fuera de Fráncfort. La figura de Trichet, en cambio, ha dado a la zona euro y, por extensión, a la Unión Europea, una reconocida presencia en los foros internacionales, desde Basilea (sede del Banco Internacional de Pagos) hasta Jackson Hole (la reunión anual de banqueros centrales en EE UU) o el foro de Davos.
El francés preside desde 2003 el G-10, la reunión de los principales bancos centrales del mundo. Puede codearse de igual a igual con Ben Bernanke, presidente de Reserva Federal. Y su opinión, compartida o no, se escucha con atención tanto en el Consejo Europeo como en cualquier negociación multilateral.
De los nombres que suenan para sustituirle, cabe imaginar que el italiano Mario Draghi o el francés Dominique Strauss-Khan podrían aspirar en el corto plazo a un reconocimiento similar al de Trichet. El resto tendría que ganarse el respeto de los mercados financieros y, en el mejor de los casos, supondría una pérdida de talla temporal para el BCE. Quizá irreparable en un momento de tantísima incertidumbre económica y financiera como el actual. "Es un puesto para el que no hay tantos candidatos cualificados", reconocen fuentes diplomáticas en Bruselas. La lista se ha reducido tras la caída de Axel Weber, presidente del Bundesbank alemán (Buba), y máximo aspirante para sustituir a Trichet hasta que se opuso a la compra de deuda pública por parte del BCE.
La canciller alemana, Angela Merkel, ha dejado claro que a pesar de ese tropiezo Berlín mantiene su aspiración a la presidencia del emisor. Pero dispone de poco margen para presentar una candidatura creíble. La opción alemana más probable, según las fuentes consultadas, parece la de Jens Weidmann, asesor económico de Merkel durante seis años y futuro presidente del Bundesbank a partir del 1 de mayo.
Fuentes comunitarias resaltan el estrecho contacto que Weidmann ha mantenido durante el último lustro con varios gobiernos europeos y, en particular, con el de Nicolas Sarkozy. El alemán cuenta, además, con experiencia en el Buba y en el FMI. Y, por si fuera poco, habla bien francés.
Perfil de equilibrio
El perfil de Weidmann parece lograr un difícil equilibrio entre las visiones de Berlín y París sobre el papel del BCE. "Para Alemania, el BCE debe dictar la política monetaria; para Francia, solo debe ejecutarla", explica una fuente comunitaria.
La presencia de un técnico con olfato político podría satisfacer a las dos capitales a costa de sacrificar la talla internacional del BCE. El riesgo, sin embargo, es que el listón se rebaje aún más y acabe optándose por una simple correa de transmisión de Berlín y París. En ese caso, la huella de Trichet se perdería en Fráncfort como la de Jacques Delors en Bruselas.