Gran Recesión, las segundas partes nunca fueron buenas
Roubini, el economista que predijo la crisis, señala dónde está la salida.
Inesperada, despiadada, global. Así es la Gran Recesión que nació en noviembre de 2007. Una fecha en la que el mundo dirigió su mirada hacia el epicentro de un colosal terremoto financiero: Wall Street. Lehman Brothers se derrumbaba ante los ojos atónitos de millones de almas. Su onda expansiva pronto se haría sentir en los bolsillos de los ciudadanos de a pie de todo el planeta. Y aunque la sísmica del colapso lanzaba señales de alarma desde hacía años, la mayor parte de los economistas ensordecieron ante una época de excesos sin fin. Con todo, algunos escépticos percibieron el desastre en ciernes. Uno de ellos fue el economista Nouriel Roubini, que anticipó la llegada de la crisis dos años antes.
Sus advertencias resultaron tan baldías como predicar en el desierto. Pero no del todo escarmentado, el autor presenta ahora en España un libro con vocación de manual en colaboración con Stephen Mihm, en Ediciones Destino. El texto disecciona con precisión de bisturí los entresijos de una crisis difícil de comprender para muchos y de asimilar para casi todos.
La herramienta empleada no es otra que la historia económica. Desde sus primeros pasos, el capitalismo ha sufrido las plagas de las crisis. Y para entenderlas, los economistas se han visto obligados a desenterrar una y otra vez las teorías de los grandes economistas de la historia: Adam Smith, John Stuart Mill, Karl Marx o, más recientemente, Keynes o Minsky, hasta llegar a las famosas escuelas de Chicago o Austria.
'Cómo salimos de ésta' analiza los entresijos de la coyuntura actual utilizando como herramienta la historia económica
"El mundo entero se ha convertido en una ciudad". El manual resucita las palabras de Kart Mayer von Rothschild en 1875 al observar cómo los mercados de valores globales se desplomaban al unísono -al igual que más de 100 años después-.
La quiebra de Lehman Brothers supuso que el capitalismo estrenara siglo con una crisis de dimensiones titánicas. Y la globalización y el movimiento de capitales fluyendo libremente por las arterias financieras del planeta propagaron la crisis desde Estados Unidos al resto de países.
Pero la mayor potencia económica del mundo no fue la única víctima que observó cómo la ambición descontrolada de Wall Street y la especulación inmobiliaria desbordaban sus diques financieros. "Muchos otros países fraguaron sus propias burbujas al margen de Estados Unidos y aplicaron políticas igual de imprudentes o descabelladas".
Especulación frenética en la compraventa de bienes inmuebles, fe inquebrantable en precios subiendo hasta el infinito, un hambre voraz por rentabilidades exacerbadas... ¿Le suena? Los autores advierten de la formación de otras posibles burbujas especulativas y sus efectos destructivos: las crisis financieras no hacen prisioneros. Para comprender cómo se forman y evitar nuevas catástrofes futuras, Nouriel y Mihm le invitan a echar un vistazo al pasado, sin perder de vista que lo que realmente importa es el presente.
Una crisis moral y filosófica
Corría el año 1936, una época traumática para el mundo. Fue en aquel entonces cuando John Maynard Keynes postuló lo que se convertiría en la ortodoxia económica imperante de buena parte del siglo XX: en futuras crisis el Gobierno emplearía la política fiscal para estimular la economía, sería su "energía animal". A partir de entonces, el mundo occidental experimentaría una época de bonanza sin precedentes, aunque nunca exenta de periódicas crisis financieras. Pero la reciente debacle, sin embargo, ha sorprendido a todos por su virulencia. Y ahora, tanto Gobiernos como economistas y expertos se ven apurados para encontrar una vacuna anticrisis en un momento en que las viejas recetas del pasado parecen no funcionar.La crisis no es solo económica, también es teórica, moral, filosófica: ¿qué hacer? ¿Aplicar políticas de estímulo fiscal o, por el contrario, deberían los países afanarse en controlar sus déficits descontrolados? Los autores opinan que todas estas corrientes de pensamiento económico deberían experimentar un proceso simbiótico y dar lugar a tres nuevos ingredientes: una mayor y más efectiva regulación financiera, fragmentar el sector bancario en unidades más pequeñas y un papel antiburbuja de los bancos centrales. Esto es, poner en marcha el engranaje de las políticas monetarias para evitar especulaciones financieras. Una filosofía que bien pudiera resumirse en un antiguo dicho: es mejor prevenir que curar.