La decepción de Trichet
Jean-Claude Trichet quiere que el mundo sepa que él no es feliz. El presidente del BCE cree que los Gobiernos no han aprendido las lecciones de la crisis de deuda soberana y que las reformas que están considerando para evitar otra están a medio cocer.
Trichet confiaba en que los miembros de la zona euro diseñaran un sistema de sanciones automáticas para aquellos que no abordaran sus problemas de deuda y déficit. Así, está consternado por un compromiso alcanzado entre el presidente francés, Nicolas Sarkozy, y la canciller alemana, Angela Merkel, a principios de esta semana. Las sanciones acordadas entre ambos serán automáticas, pero bajo la supervisión del Consejo Europeo. En otras palabras, París y Berlín han inventado un automatismo que no funciona de forma automática.
Trichet tiene razones para estar descontento, pero se equivoca en el fondo. Es una fantasía de un tecnócrata pensar que la política presupuestaria podría confiarse a un conjunto de reglas de hierro implantadas por un cuerpo de burócratas. Nada es más político que un presupuesto y sólo los Gobiernos electos tienen la legitimidad para aprobar las políticas necesarias en tiempos malos y buenos. Pero Trichet no se ha pronunciado sobre la otra parte del pacto francoalemán: si Berlín suaviza su posición sobre las sanciones, París apoyaría la idea de Merkel de crear un esquema de resolución de crisis a través de la reestructuración ordenada de la deuda de los países al borde de una quiebra. La idea es que los acreedores privados asuman parte de la carga.
Pierre Briançon