_
_
_
_
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La constatación de un fracaso imperdonable

La huelga general convocada por los sindicatos mayoritarios para mañana miércoles es, ante todo, la constatación del estrepitoso fracaso de los dirigentes económicos, políticos y sindicales para encontrar soluciones compartidas a una crisis de magnitud planetaria. En este sentido, será un día gris para todos los españoles. Y lo será, además, porque la falta de argumentos ha dado paso a posiciones de fuerza que no contribuirán a generar empleos para los más de 4,5 millones de parados.

Los sindicatos protestan con la jornada contra una reforma laboral que, según ellos, es una imposición del Gobierno. Sin embargo, no han sido ajenos a ésta, porque han participado durante meses en unas negociaciones cuyo descalabro es una responsabilidad compartida de la que no pueden escabullirse. Alegan los dirigentes sindicales que el diálogo se rompió el día en que el Gobierno viró en redondo y planteó cambios legislativos que consideran atentatorios contra los derechos de los trabajadores. Ciertamente, hasta entonces las tesis del Ejecutivo estaban en sintonía con las sindicales. Por ello, el Gobierno es el máximo responsable de este fracaso, ya que desde el primer momento debería haberse mantenido tan alejado de las posiciones de las centrales como de la patronal, lo que habría obligado a ambas partes a negociar y haber acercado sus posiciones iniciales.

Los sindicatos llevan muchos años participando en un fructífero diálogo social que ha contribuido de forma determinante al desarrollo del país. No deberían haber caído en el error de confiar en que el Gobierno sería rígido en su argumentario de los dos últimos años. La grave crisis de deuda soberana en primavera descabaló muchos planes y los sindicatos no supieron reaccionar para adaptarse a las nuevas circunstancias. Enrocados en posiciones anteriores, se mostraron incapaces de encontrar contraprestaciones para salvar un pacto imprescindible y aprobar una reforma laboral que precisa la economía española, y aquí sí que no hay ninguna duda, para ganar competitividad frente a otros países europeos y emergentes.

Es paradójico que los sindicatos protesten cuando han sido parte del problema y también han tenido en sus manos parte de la solución. Quizá esto explique la extendida sensación de que la de mañana es una huelga a medio gas, pues ni las centrales están forzando la máquina contra el Gobierno ni éste se está mostrando especialmente beligerante con ellas. El pacto de servicios mínimos es paradigmático.

Aun así, aunque no tengan razón en la convocatoria, es indudable que los dirigentes sindicales poseen el derecho para hacer uso de la huelga general. Es más, resultan alarmantes algunas voces contra el derecho de huelga, que está consagrado por la Constitución entre los fundamentales.

Pero es igualmente cierto que ese derecho ha de practicarse con proporcionalidad, responsabilidad y en el marco que ampara la ley. Corresponde por eso a los convocantes garantizar que los piquetes informativos no caigan en el error de intentar amedrentar a los muchos trabajadores que, si se cumplen las estimaciones más objetivas, querrán acudir como cualquier día laborable a su puesto de trabajo. Igualmente son responsables de que se cumplan unos servicios mínimos que permitan la movilidad de los ciudadanos, otro derecho fundamental. Buscar el éxito atascando el transporte es una práctica tan frecuente en todas las huelgas como reprobable. Sólo si se cumple la ley se podrá asegurar que todos los trabajadores puedan mañana llevar a cabo con libertad su opción libre de trabajar o parar.

La reforma que motiva la huelga, como ya se ha apuntado con insistencia en estas páginas, no es la ideal, pero sí es una mejora. El mercado de trabajo precisa actualizaciones que reduzcan la dualidad entre unos trabajadores fijos muy protegidos y otros temporales en situación precaria. Toda reforma implica necesariamente cambios y cesiones, y no es de rigor negociar con la esperanza sólo de obtener sin dar nada a cambio. Los sindicatos, que son imprescindibles en el juego democrático, deben replantearse no obstante el papel que han jugado en esta crisis y, especialmente, el que van a jugar en el futuro.

Más información

Archivado En

_
_