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Tribuna
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Europa no tiene por qué ser Japón

æscaron;ltimamente percibo una sensación generalizada de temor que intenta asemejar la actual crisis económica en Europa a la que Japón atravesó en la década de los años noventa, con una recuperación larga y costosa como la que vivió el país nipón. Sin embargo, Europa no es Japón y para tranquilizar a los pesimistas que intentan hacernos ver esta crisis peor incluso de lo que es, debemos poner las cosas en contexto.

Durante los ochenta Japón disfrutaba de una economía que crecía a ritmos del 4,6% de media y era caldo de cultivo de diversas burbujas. A principios de los noventa el país tenía unos desequilibrios estructurales que hicieron que entrase en una profunda crisis. Un sistema financiero quebrado, un mercado de valores sobrevalorado y una burbuja inmobiliaria que acababa de estallar fueron los causantes de este derrumbe. Desde los noventa hasta nuestros días Japón ha crecido a ritmos del 1,1% con épocas prolongadas en deflación.

Todo lo anterior nos suena familiar y no debemos olvidar que Europa también tiene graves problemas, entre ellos, un mercado inmobiliario a la baja, un elevado endeudamiento, un consumo que no crece como consecuencia de unas elevadas tasas de paro y un ahorro al alza.

Pero existen varias diferencias entre la Europa de nuestros días y el Japón de los noventa: la primera es la reestructuración del sistema financiero europeo y la recapitalización del sector. Hemos visto cómo los principales bancos europeos se han recapitalizado y ahora tienen una situación más holgada, que les permite volver a la senda de concesión de crédito. Además, aquellas entidades financieras que no eran viables han desaparecido, por lo que en la actualidad no tenemos bancos zombis que merman la confianza dentro y fuera del sector. En Japón no se reestructuró el sector y se mantuvieron grandes bancos y corporaciones financieras durante más de un lustro, lo que impidió que fluyese el crédito y que la economía se reactivase.

El segundo punto diferencial es el compromiso general de los principales países europeos en la reducción del déficit. Los ajustes serán tan severos que, en los países donde se han aplicado, en los próximos tres y cinco años el déficit volverá a situarse en niveles precrisis. Una política fiscal restrictiva puede penalizar el crecimiento en los próximos meses, pero en el medio plazo nos dejará con economías mucho más saneadas.

Por último, no debemos olvidar un tercer e importante aspecto: el euro. Tenemos una moneda que a pesar de su juventud, algo más de 10 años, es la segunda divisa por número de transacciones y en la que están denominadas el 27% de las reservas mundiales. No es comparable la fortaleza en términos de solvencia entre el yen y el euro. Sólo recordar que hasta hace unos meses se decía que el euro debería ser la divisa en la que cotizasen los principales activos, como el oro o el petróleo, en sustitución del dólar. Por lo que si hacemos una reflexión profunda, el raciocinio debería hacernos medianamente optimistas y pensar que nuestra recuperación será lenta, pero no tanto como la japonesa.

Luis Sánchez de Lamadrid. Consejero delegado de BSI

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