Rascacielos en Centroamérica
Ciudad de Panamá conjuga rastros de arquitectura colonial con un 'skyline' de megaurbe. Costumbres estadounidenses y pasado español en un país volcado al Canal.
Los tranquilos lugareños de ese pedacito de tierra que une Suramérica con Centroamérica dejaron de serlo para siempre en 1513. Vasco Núñez de Balboa descubrió entonces que a tan sólo 80 kilómetros al sur de la costa caribeña en la que desembarcó la cuarta expedición de Colón se abría un inmenso mar. El conquistador español acababa de arribar al Pacífico. Un hito completamente tangencial, dado que lo que llevó al hidalgo a atravesar la jungla panameña fue que, según le había contado el cacique de Comagre, un reino rival, los habitantes de la orilla del Pacífico eran tan ricos que comían en platos de oro y bebían en copas del mismo metal precioso.
Medio milenio después, la ostentación sigue siendo evidente, al menos en el centro de la ciudad que hoy ocupa el lugar. El distrito financiero está sembrado de rascacielos de hasta 90 plantas, que curiosamente no quedan iluminados por la noche y que encajan con dificultad en una ciudad de 1,2 millones de habitantes. Primer recordatorio de que la república es un paraíso fiscal -aunque España le ha levantado recientemente dicha etiqueta-. Como reconocen los lugareños, la tremenda especulación inmobiliaria que ha transformado el lugar en una especie de Miami está financiada en gran parte por los narcos colombianos. Y por las remesas del canal, que suponen el 25% del PIB del país.
Un paseo por la bahía a plena luz del día hará que más de un recién llegado vuelva a mirar qué sello le acaban de extender en el pasaporte, y no sólo por los rascacielos. Los pick-ups y los grandes todoterrenos parecen norma, como también los centros comerciales -los malles- y las vallas publicitarias con estrellas de Hollywood. De noche, los neones de los casinos y de los clubes acaban de completar el cuadro.
Pero a los extremos de la ciudad, construida de hecho entre las dos poblaciones que edificaron los españoles en el siglo XVI -y que el pirata Morgan arrasó para los británicos en el XVII-, conocidas hoy como los barrios de Panamá Viejo y Panamá Antiguo, sobreviven interesantes vestigios arquitectónicos del pasado colonial del enclave. El palacio de la Gobernación, actual residencia presidencial, la iglesia de Nuestra Señora de Asunción y los restos de la muralla antigua son visitas obligadas.
El barrio del Chorrillo, parcialmente destruido por los estadounidenses durante la invasión del país en 1989, recuerda por su colorido y lo destartalado de sus edificaciones a las calles de La Habana. Destaca ahí por lo pintoresco del lugar la llamada plaza de los Aburridos, donde los mayores juegan a las damas y al dominó a todas horas. Las autoridades recomiendan, por cierto, no perderse en solitario por el barrio. Un apunte: en los establecimientos se coloca junto a la pegatina del "prohibido fumar" una idéntica con pistola en vez de cigarrillo.
Merece la pena sumergirse en la gastronomía panameña, aunque no es muy variada y pueda pasar inadvertida gracias a la abundancia de restaurantes de fast-food. El ceviche de corvina, los camarones (así llaman a los langostinos), la langosta y el pollo en salsa criolla son tres de los platos disponibles en casi cualquier restaurante. Y, como en todo país caribeño, el calor se combate a golpe de cerveza y ron.
Guía para el viajero
Cómo irIberia tiene vuelos directos a Madrid de vuelta, pero no de ida. La opción más rápida es hacer escala en Guatemala, y si no en Costa Rica.Dónde dormirHay tantas opciones como bolsillos. El Hotel Le Meridien, situado en medio de la bahía de Panamá y rodeado de sedes corporativas de multinacionales, tiene unas vistas panorámicas de la costa y de la zona de rascacielos. Una opción más económica es pasearse cerca del palacio de la Gobernación y preguntar por pensiones.Dónde comerMerece la pena optar por cualquier restaurante que no huela a turista. Sólo ahí se encontrarán guisos típicos como el pastel de yuca, la ropa vieja (carne de res mechada con salsa criolla), el sancocho (sopa de gallina con ñame, un tubérculo), la sopa de lenteja con falda de cerdo espesada con plátano y la langosta caribeña servida con salsa bechamel.