Innovación a pie de calle
Por desgracia, el único punto en que existe amplio consenso político sobre las reformas que nuestro país necesita para salir de la crisis es el que necesita más tiempo para producir sus frutos: estimular la innovación como fuente de una nueva ventaja competitiva sostenible en el tiempo de una economía española que ya no puede competir en costes.
Tener una economía más innovadora exige tiempo y constancia. Pero, además, es imprescindible darse cuenta de que el escenario y los procesos de innovación están cambiando en todo el mundo. Debido fundamentalmente a internet y a las tecnologías de la información en general, la innovación está pasando de ser un proceso cerrado y centralizado a otro que es abierto y distribuido.
La expansión de los modelos de trabajo colaborativo, la irrupción de un modelo de consumidor hiperinformado y proactivo frente a los proveedores de productos y servicios, y la creciente apropiación social de la tecnología gracias a las comunidades de código abierto y la web 2.0 están obligando a las empresas a considerar sus procesos de innovación en clave social y participativa.
Gran parte del conocimiento que necesitan para desarrollar nuevos productos está en las redes sociales, en las comunidades virtuales, en la calle. Por eso ahora ya no basta tener en cuenta la opinión del cliente como probador de un nuevo producto justo antes del lanzamiento. Hay que diseñarlo desde el principio con él, aprendiendo de él. Es la innovación abierta centrada en el usuario. Y para conseguirlo hacen falta nuevos modelos, nuevos procesos, nuevos escenarios.
Son las razones que están moviendo a la Comisión Europea a impulsar nuevos modelos e instrumentos como los living labs o los espacios sociales de innovación, en los que se involucra al mismo tiempo a las empresas, las administraciones públicas, las universidades y centros de I+D y los ciudadanos. El objetivo es acelerar la innovación en la economía europea, implicar en ese objetivo a toda la sociedad y construir un nuevo modelo que use la tecnología para dotar a los ciudadanos de mayor autonomía y capacidad de organizar su vida. Si se quiere, es también un intento -quizás el último y desesperado- para garantizar la supervivencia del estado del bienestar en nuestro continente.
La buena noticia es que España es uno de los países que está liderando este nuevo fenómeno. Así lo pusieron de manifiesto días atrás en el Citilab de Cornellá (Barcelona) tanto Roberto Santoro, presidente de la Red Europea de Living Labs, como Olavi Luotonen, responsable en la Comisión Europea de las infraestructuras para los nuevos sistemas de innovación, durante las primeras Jornadas de Centros de Conocimiento.
La apreciación no es casual ni mera cortesía. En nuestro país hay en este momento ochenta nuevos Centros de Conocimiento, impulsados a partir de 2007 por el Plan Avanza, que están experimentando nuevas fórmulas de colaboración pública-privada con empresas de base tecnológica; nuevos formatos para que los ciudadanos -de todas las edades, pero sobre todo niños y mayores- entren en un ciclo de desarrollo continuo de sus capacidades; nuevas vías para que empresas, ciudadanos, administraciones e investigadores compartan de forma cotidiana su conocimiento.
Uno de los aspectos más revolucionarios de estas nuevas metodologías de innovación abierta es que sólo son posibles de abajo arriba, es decir, a escala local, y por lo tanto abren una oportunidad inédita para que los municipios se convierten en activos agentes del desarrollo de la sociedad del conocimiento y el cambio de modelo productivo.
Es una oportunidad y una responsabilidad, porque al mismo tiempo exige cambiar el modo tradicional de diseñar la oferta de servicios y equipamientos públicos. Hoy no cabe duda de que el mundo en el que estamos inmersos -con su desorden económico, su confusión social y su brutal cambio tecnológico- exige nuevas respuestas. Una de las que está emergiendo es la importancia de fomentar la innovación a pie de calle como catalizador del cambio cultural que necesitamos para sobrevivir a la crisis.
En este nuevo desafío España está inesperadamente bien posicionada, aunque no por casualidad. La respuesta al programa de estos nuevos centros de conocimiento para la sociedad digital lanzada por el Ministerio de Industria, Turismo y Comercio ha sido creativa y entusiasta -y surgida desde la base-, hasta el punto de que podemos decir que estamos en la vanguardia del desarrollo de las infraestructuras necesarias para este nuevo paradigma de la innovación abierta.
Hay elementos, por tanto, que abonan una esperanza razonada en que nuestro país cuenta con recursos para desarrollar una economía con más valor añadido. El verdadero problema es que el tiempo necesario para esa transformación va a dejar en la estacada a muchas personas y empresas incapaces de adaptarse al nuevo modelo. Personas a las que la mínima consideración ética exige que no sean abandonadas a su suerte. Una de las cosas que se pueden hacer es abrirles las puertas, junto a su casa, de uno de esos nuevos centros de conocimiento que les permitirán, quizás, reconfigurar sus vidas de acuerdo con las exigencias tecnológicas de este siglo.
José Carlos Arnal. Asesor del alcalde de Zaragoza