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Tribuna
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Pagamos mal y así nos va

En medio de una recesión como la actual, los hábitos negativos de nuestra cultura económica, como el de pagar tarde, se convierten en cargas muy pesadas. Pagar tarde es pagar mal y en este vergonzoso apartado ocupamos con Grecia los últimos lugares de la UE. Las variables que igualan los problemas de España con los de Grecia empiezan a ser demasiadas y aún así nos quejamos de las comparaciones.

La costumbre de pagar tarde tiene consecuencias económicas directas sobre la baja productividad de la economía española (por cierto, prácticamente igual a la griega), porque distrae los escasos recursos de las empresas hacia el activo circulante, limitando su capacidad de invertir y mejorar. Además la situación tiende a empeorar, el aumento de los plazos de pago continúa, comprometiendo aún más la delicada salud financiera de pymes y autónomos que sufren la sequía del crédito por el bloqueo del sector financiero. Si no se interviene mediante medidas legales, la salida de la crisis va a ser imposible para cientos de miles de agentes productivos y el país va a sufrir un retraso permanente. Francia ya tomó iniciativas en este campo y es recomendable leer la presentación de su ley de modernización de la economía, porque explica muy bien las razones que la hicieron necesaria. Aquí la situación es mucho peor.

Pero hay algo más profundo en este problema. En las costumbres de pago españolas aflora un déficit moral de la sociedad. El extendido hábito de pagar mal es una losa sobre nuestra cultura. O atajamos este mal hábito o estamos condenados a ser una sociedad secundaria en el contexto mundial, por más que nos guste presumir de pertenecer al G-20. Una economía con costumbres tercermundistas no puede ser una economía avanzada.

Los países más competitivos no se definen por la riqueza de su suelo, sino por la riqueza de su sociedad que incluye elementos como la fiabilidad de las instituciones y la calidad y cantidad de educación que acumula la población, el capital humano. Es incluso más importante para la economía mejorar estos aspectos más sutiles de las infraestructuras sociales, que disponer de grandes infraestructuras físicas.

Pagar cada vez más tarde es un hábito muy negativo, de esos que nos hace peores, de esos que a los padres no les gustaría transmitir a sus hijos. Está tan enraizado que se considera normal, por eso estamos ante un problema de déficit moral básico que es imprescindible atajar. Y no es de extrañar que la costumbre de pagar mal no esté mal vista, porque muchas empresas importantes y las propias administraciones públicas la fomentan, casi podríamos decir con frivolidad, ignorando sus gravísimas consecuencias.

El proyecto de ley de economía sostenible adelantado por el Gobierno aborda este grave problema de forma cosmética, le aplica unos afeites que van a cambiarlo entre poco y nada. O se aprovecha esta ley para limitar con claridad los plazos de pago, una oportunidad única y rápida además para inyectar recursos a toda la estructura productiva al margen del sistema financiero, o seguiremos teniendo una economía débil, por mucho que invirtamos en investigación o en energías renovables.

Un país de malos pagadores es un país con un pobre futuro. Los demás lo saben y cada día se creen menos nuestras reivindicaciones de seriedad y solvencia. Así nos va.

Enrique Sáez Ponte. Economista y empresario. Presidente de la Unión de Almacenistas de Hierros de España

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