_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Impuesto sobre el dinero caliente

La tasa sobre el pasivo prevista por la Administración Obama parece cada vez más un impuesto sobre Wall Street. La aparente decisión de eximir a los depósitos asegurados del nuevo impuesto golpeará a los bancos de inversión puros como Goldman Sachs y Morgan Stanley de manera desproporcionada, mientras que bancos comerciales como Wells Fargo no sufrirán demasiado. JP Morgan, Bank of America y Citigroup, que combinan la banca de inversión con la comercial, tendrán un indulto parcial. Los tres grandes no tendrán que hacer frente cada uno a un golpe de 20.000 millones de dólares, algo que parecía posible cuando se creía que todos los pasivos, incluyendo los depósitos, serían gravados.

Plantear el impuesto de esta manera es políticamente astuto, dada la impopularidad de todo lo relacionado con Wall Street. Pero también tiene sentido económico un impuesto al dinero caliente en lugar de los depósitos, que tienden a ser una fuente más estable de financiación. Los préstamos a medio y largo plazo deberían ser excluidos del impuesto, ya que son también relativamente estables.

Un exceso de confianza en el dinero a corto plazo para financiar activos de largo plazo llevó en 2008 a la crisis del crédito. Lehman Brothers, Bear Stearns y Merrill Lynch estaban todos en el juego de los préstamos a corto para invertir en activos no líquidos. Lo mismo que el hipotecario de Reino Unido, Northern Rock. Y una dependencia similar en dinero caliente jugó un papel importante en la pasada crisis en las economías de Asia en 1997.

Las instituciones financieras están atraídas al dinero caliente como polillas a la llama. Cuando hay mucha liquidez es más barato tomar préstamos a corto plazo en los mercados mayoristas que la captación de depósitos en las sucursales o la financiación a largo plazo. Pero cuando la liquidez se evapora, es fácil quedarse en la estacada. En la última crisis, Morgan Stanley y Goldman estuvieron cerca. Esto no tendría importancia si a los bancos imprudentes se les permitiera quebrar. El problema es que no. Dado que es casi inevitable que el Gobierno los rescate, las polillas están actualmente volando cerca de la llama. Una respuesta perfectamente lógica sería hacer que la llama brille menos para hacer el dinero caliente más caro.

Por Hugo Dixon

Archivado En

_
_