Gramática y lucro para todos
Por fin en la mañana de ayer jueves se ha presentado en la Real Academia Española la Nueva gramática de la lengua en una ceremonia presidida por Sus Majestades los Reyes. Esta Nueva gramática es la primera que se edita desde 1931 y resulta de 11 años de intenso trabajo de las 22 Academias de la Lengua Española, coordinado por Ignacio del Bosque y Juan Manuel Blecua. El texto logrado ha sido catalogado por la BBC como un mapa del habla y quiere ser una obra polifónica y coral, abierta a reflejar todas las variedades del español. Significa la articulación de un consenso que fija la norma común para todos los hispanohablantes que en 2020 sumarán más de 500 millones en todo el mundo. Una cifra que como después se verá está preñada de consecuencias.
Su intento es armonizar la unidad del idioma con la diversidad de variantes fónicas, morfológicas y sintácticas que atiende de modo especial a los usos americanos en las distintas áreas lingüísticas. Para describir esas variaciones geográficas las fuentes utilizadas son dobles: por un lado, los textos actuales; por otro, la conciencia lingüística de los hablantes americanos. La construcción de esta Nueva gramática se fundamenta en un repertorio de textos de índole literaria, ensayística, científica, periodística y oral que incluye más de 3.700 referencias bibliográficas de más de 2.000 autores y 300 medios de comunicación, procedentes de todas las épocas y áreas del mundo hispánico. Enseguida cantarán victoria los incluidos y los demás formarán un sindicato de agraviados inconsolables.
La Nueva gramática y el procedimiento asociado por el que ha sido lograda confirma que esta lengua nuestra es una copropiedad de todos los hablantes que la tienen por suya, sin que en particular a los españoles les corresponda exclusividad alguna, ni obtención de lucro posible mediante la aplicación de tasa de pago obligatorio a satisfacer por los demás usuarios. Todos los hispanohablantes lo somos en igualdad de condiciones y con la misma legitimidad. Porque a diferencia de lo que ocurre con la lengua francesa, la norma de la española no puede fijarse en el Boletín Oficial del Estado. Claro que con excepción de Quebec o Valonia, el francés de la francofonía ha penetrado sólo en la capa más educada de la población de esos países. De ahí el contraste. Porque un mexicano, salvadoreño, cubano, colombiano, chileno o argentino responderá sin dudar que su idioma es el español, mientras un argelino, marroquí, tunecino o senegalés, aunque sea de lengua francesa, dirá que su idioma es el árabe o el suajili.
El caso es que una cifra tan suculenta de hispanohablantes inflamó el caletre de algún periodista cuya cháchara sedujo incluso a primeros espadas de la política pepera y les hizo pensar que si jugaban las bazas adecuadamente pronto las elecciones presidenciales norteamericanas se decidirían en el palacio de la Moncloa. Como la minoría hispana en Estados Unidos es ya más numerosa que la afroamericana, nuestros spin doctors de cabecera sostenían que el primer ministro español tendría la llave para decidir qué candidato recibiría esos votos y sería ganador en las urnas. Pero toda realidad que se ignora prepara su venganza y los hispanos de EE UU tienen muy diferentes afinidades políticas y en absoluto aceptarían consignas electorales. Evidencias incontestables que estaban todavía sin procesar por aquel secretario de Estado de Incomunicación, Miguel Ángel Rodríguez, quien se limitaba por entonces a repetir mecánicamente los hallazgos del voto inducido a distancia predicados por Luis María Anson.
El entusiasmo lingüístico fue tal que sus evangelistas atribuían al idioma una capacidad de contribuir al PIB mayor de la que el petróleo significa para los países bendecidos por los yacimientos de oro negro. ¿Nos proporcionará la Nueva gramática el ventajoso sistema de extracción que andábamos buscando o quedará sin más a disposición de todos por igual sin reservarnos ninguna ventaja comparativa? Agora lo veredes, dijo Agrajes, y atentos todos que va a trabajar la rata, como decían en el Rastro.
A diferencia de lo que ocurre con la lengua francesa, la norma de la española no puede fijarse en el BOE"
Miguel Ángel Aguilar. Periodista