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Tribuna
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La inteligencia económica en tiempos de crisis

De las lecciones que nos está haciendo aprender esta virulenta crisis sistémica que padecemos, una es la dificultad de calibrar su importancia y los cambios radicales en la evolución social, política, económica y tecnológica que está provocando. El recurrir en último extremo para superarla a una llamada generalizada a la moralización del capitalismo para afrontar el futuro resulta sorprendente a estas alturas de nuestra civilización y constata el fracaso y falta de respuestas del sistema para analizar una situación que desborda los límites conocidos.

La actual crisis y las recientes nos vuelven recurrentemente a hacer pensar en cuáles son los fundamentos de la producción y distribución de riqueza, de la competitividad de una nación, de su cohesión, del papel del Estado en todo esto, etcétera. Parece razonable confiar en que un Estado moderno debería tener entre sus cometidos el velar permanentemente por acrecentar la confianza entre las instituciones públicas y las empresas establecidas en su territorio con el fin de fortalecer la seguridad y competitividad de nuestra economía, limitar nuestra dependencia de erróneas decisiones y malas prácticas establecidas fuera de sus fronteras y tratar de incrementar la influencia del país en sus entornos geopolíticos próximos. ¿Se cumple esto en el caso de España? La economía moderna ya no es un asunto exclusivo del ámbito privado, como el interés general o el bien común no es exclusiva competencia del Estado.

En un mundo interrelacionado y globalizado como en el que vivimos parece imperativo contar con una política pública de inteligencia económica, al servicio de los intereses colectivos, que gestione y proteja la información estratégica relevante para todos los agentes económicos, y que tenga en cuenta toda la dimensión e interactividad de las evoluciones sociales, políticas, económicas y tecnológicas que se dan en épocas de crisis y cómo de ellas se debe aprender para prever las futuras en la medida de lo posible y paliar el daño que las establecidas acarrean al tejido productivo, a la competitividad del país, al empleo, etcétera. No se trata de un afán de controlarlo todo, sino de tratar -como hacen desde hace tiempo las empresas en su ámbito- de tener en cuenta inteligentemente toda la información disponible que afecta al Estado y a su desenvolvimiento para mirar al futuro y tomar decisiones sobre su marcha con el menor riesgo posible presente y futuro.

Además de un conjunto de herramientas y métodos, la inteligencia económica y sus diversas ramificaciones y acepciones -vigilancia tecnológica, inteligencia estratégica, inteligencia competitiva, etcétera- representan una actitud hacia el análisis del mundo, una voluntad de compartir conocimientos, una capacidad de adquirir e interpretar datos y una voluntad de influencia de nuestras empresas y de nuestra nación en el mundo. En muchas empresas españolas que operan en un entorno globalizado estas prácticas son habituales, pues el entorno anglosajón y asiático donde son comunes lo exige. Es verdad que nuestra cultura latina es un poco reacia a esos principios de compartir información, utilizar redes y comunidades y a imbricar lo público y lo privado, pero es lo que se impone por mor de la globalidad.

El universo de información en el que se mueven nuestra economía y finanzas es incierto y muchas veces muy difuso, pero es finito. En internet y en todos los dispositivos electrónicos y comunidades que se basan en la red -en el ámbito público y privado- hay datos, información y aportaciones de todo tipo que deberían permitir el poder prever (otra cosa es actuar en consecuencia, que también) cualquier perturbación importante que pueda afectar a nuestro bienestar y seguridad económica. Los instrumentos y técnicas disponibles para analizar toda esa información, valorarla, seguirla, analizarla e inferir conclusiones inteligentes están ya disponibles, cuando no surgiendo novedades más potentes todos los días. Varios países de nuestro entorno -Francia, Alemania, el Reino Unido, EE UU o Japón- son destacados actores en inteligencia económica para tomar decisiones con el menor riesgo posible tanto a escala empresarial como estatal y pública. Francia dispone incluso de una oficina de coordinación interministerial de inteligencia económica para concebir una inteligencia estratégica global del Estado dentro y fuera de sus fronteras.

Creemos que esta crisis y las precedentes ponen cada vez más en evidencia a un Estado tradicional y a su papel de apagafuegos cuando actúa por imperativos de corto plazo. En un entorno incierto y cambiante, con una realidad cada vez más inmaterial e imaginativa, es necesario que nos dotemos de nuevas visiones sobre el bien común y seguridad de nuestra economía, así como de instrumentos para tratar de pilotarlo e influir sobre él.

José Luis de la Fuente O'Connor. Responsable de la Oficina de Vigilancia e Inteligencia Tecnológica de Iberdrola y profesor titular de la UPM

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