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Columna
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Sostenibilidad sin educación, una quimera

La economía española, como el resto del mundo, atraviesa una fase de fuerte caída de la actividad y alto desempleo. En este sentido, compartimos algunos rasgos con los casos norteamericano, irlandés y británico, como el estallido de una burbuja inmobiliaria en un contexto de una economía sobreendeudada y un modelo educativo en declive.

El paquete de medidas puestas en marcha se complementará con la promulgación de una ley, denominada de economía sostenible, que vertebrará algunas de las medidas ya en vigor y otras previstas para cambiar el patrón de crecimiento sin que se conozca de forma teórica cómo se puede cambiar el modelo de crecimiento por ley.

La esencia del problema radica en qué entendemos por una economía sostenible. Lo que se está transmitiendo es que transitaremos desde la economía del petróleo hacia otra que utilizará recursos más limpios. Si sólo nos quedásemos aquí, el concepto de sostenibilidad sería muy complicado de alcanzar pues el tránsito, siendo posible, tardará cierto tiempo y su éxito dependerá de factores exógenos. Por ello, se debería tratar de explicar que la sostenibilidad tiene que ver con la amplitud de los ciclos económicos.

La amplitud de los ciclos, y por tanto la incertidumbre y variabilidad asociada a los mismos, tiene que ver con cómo se comporta una economía cuando el crecimiento es elevado y cómo lo hace en fases recesivas. La economía española se ha caracterizado por crecer más que la media en las fases alcistas, con un dinamismo del mercado de trabajo más elevado y con una destrucción de empleo también muy superior en las ondas recesivas. Es decir, la variabilidad del PIB y del empleo es muy superior a las economías de nuestro entorno.

Encontrar las causas y poner soluciones es lo que llevaría a la economía española a ser más sostenible, no sólo medioambientalmente, sino estructuralmente. Si uno analiza las causas, existen tres básicamente. Una es el la composición del capital privado y público, la segunda es la estructura y calidad del factor trabajo y la tercera nuestro modelo energético. De las tres, probablemente, la que más nos diferencie de las economías que están soportando mejor la crisis, Alemania, los países nórdicos y algunos asiáticos, es el capital humano. La existencia de una composición de la población activa con escasa formación se nota mucho en las regiones más dinámicas de los últimos años, donde el sector inmobiliario y de servicios ha sido el motor económico. Ello hace que su salida al desempleo sea más rápida e intensa y su empleabilidad en un hipotético tránsito hacia la economía del conocimiento mucho más compleja. Son las regiones más industriales, País Vaco, Navarra y Cataluña, junto con Madrid, que aporta el plus de ser sede de las principales empresas y del funcionariado más elitista, donde se concentran el mayor número de licenciados universitarios, mientras que en el arco mediterráneo, Canarias y Andalucía son menos. Esto dificulta enormemente un transito hacia modelos de producción más intensivos en formación y conocimiento y anulan cualquier intento de legislar por encima de la realidad socioeconómica del país.

A esto hay que añadir, y es consecuencia de ello, que el nivel salarial medio sea tan bajo en comparación con nuestro entorno y a la vez tan desigual en su distribución. Este hecho prueba la progresiva salida de los mejores cerebros hacia economías que retribuyen conforme a la formación y donde la distancia social es mucho menor, lo que eleva la productividad por ocupado.

Así, con el nivel de fracaso escolar, fruto de la estructura educativa de las familias; con la generación de guetos educativos, como es el caso de Madrid; con la escasa o nula empleabilidad de un porcentaje del capital humano y con una retribución del mismo alejada de la excelencia para la parte más eficiente de la población activa, el tránsito hacia la sostenibilidad en sentido amplio se quedará en el BOE, pero no tendrá más recorrido. Las desventajas comparativas están claras: más educación, formación de calidad y mejores salarios. Pero eso choca con la construcción o los servicios de escaso valor añadido. Podremos ir en coches eléctricos o tener un porcentaje de producción de energías renovables elevado, pero la gran masa de población poco cualificada no podrá subirse a la supuesta nueva era del conocimiento.

Alejandro Inurrieta. Concejal por parte del PSOE del Ayuntamiento de Madrid

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