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Tribuna
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Compromisos sin acciones

Joaquin Maudos

Desde el verano de 2007 en que se fecha el inicio de la actual crisis internacional, ha ido adquiriendo un creciente protagonismo el llamado Grupo de los 20 (G-20) que nació hace una década con el objetivo de afianzar los pilares de la arquitectura financiera internacional y contribuir al crecimiento económico sostenible. Las principales economías desarrolladas, así como las emergentes, se han reunido en tres ocasiones desde que estallara la crisis con objeto de coordinar medidas encaminadas a la recuperación económica y a la vuelta a un clima de estabilidad financiera. Si bien en la cumbre de Londres del pasado mes de abril se analizó el progreso realizado en la implementación de las 47 acciones del plan de Washington de noviembre de 2008, el texto del comunicado parece más bien música celestial, sin que se ofrezcan medidas concretas.

El protagonismo en estos días lo tiene la cumbre de Pittsburgh, donde nuevamente se echa en falta la existencia de acuerdos concretos en temas tan importantes como la regulación y la supervisión de los mercados financieros. El texto de la declaración final de la cumbre está lleno de compromisos, generalidades y buenas intenciones, pero de muy pocas acciones. Así, en el ámbito de la regulación financiera, se pospone hasta finales de 2010 la fijación de normas para mejorar la cantidad y calidad del capital, relegando su aplicación a finales de 2012. Y el peligro de aplazar las decisiones es que la salida de la crisis que ya se percibe en algunos países haga caer en saco roto las propuestas iniciales.

La ausencia de acciones concretas en el G-20 contrasta con la reacción más rápida de Europa en materia de regulación y supervisión financiera. Así, el pasado 23 de septiembre la Comisión Europea aprobó una serie de propuestas legislativas para reforzar la supervisión financiera en Europa mediante la creación de un comité de supervisión macroprudencial (el llamado Comité Europeo de Riesgo Sistémico, encargado de anticipar los riesgos globales del sistema financiero) y la reforma de la supervisión microprudencial (mediante la creación de un Sistema Europeo de Supervisores Financieros compuesto por supervisores nacionales y tres nuevas autoridades supervisoras europeas).

Las distintas opiniones existentes entre los países miembros del G-20 pone de manifiesto que, si bien existe acuerdo respecto al origen y diagnóstico de la crisis, las discrepancias son manifiestas en las posibles soluciones, como así indica la falta de acciones concretas. No obstante, al menos en la cumbre de Pittsburgh los miembros del G-20 se han puesto de acuerdo en varios temas: la necesidad de mantener los impulsos fiscales en 2010 para evitar una salida a la crisis en forma de W; la importancia de exigir más capital a las entidades financieras con objeto de reducir su endeudamiento y aumentar su solvencia, y la necesidad de evitar comportamientos excesivamente arriesgados por parte de los directivos bancarios revisando sus incentivos salariales (bonus).

En el primer caso, los estímulos fiscales van a mantenerse un año más. En cuanto a la exigencia de más capital, los acuerdos adoptados no dejan de ser generalidades sin acciones concretas, alargándose el periodo para la toma de decisiones. Y en el tema de los bonus, si bien se propone un sistema de retribución ligado a los resultados a largo plazo, no parece que sea el elemento más importante de la crisis.

Un elemento central en el origen de la crisis financiera es la prociclicidad del sistema financiero. Aspectos como el excesivo crecimiento del apalancamiento en las etapas de bonanza económica, el afán por ganar cuota de mercado, las deficiencias en la regulación, etcétera, amplían los ciclos económicos y provocan burbujas en el precio de los activos (reales y financieros). Por tanto, no sólo es necesario que instituciones como el G-20 propongan e implementen las reformas necesarias, sino, mucho más importante, que los Estados las pongan en práctica.

Si todos estamos de acuerdo en que la crisis es global, las medidas a adoptar también deben de ser globales. Por tanto, ojalá que el G-20 proponga cuanto antes un plan de acción concreto y que deje de lado la música celestial. Con todo, quizás el mensaje más claro de la cumbre es que el G-20 se afianza como el foro más importante para coordinar acciones en materia económica a nivel mundial, lo que exige contar con la opinión de las economías emergentes, relegando a un segundo plano al G-8.

Joaquín Maudos. Profesor investigador del Ivie y profesor de la Universidad de Valencia

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