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Columna
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Que nadie se lo cuente a Sid

En los ochenta, Reino Unido consiguió persuadir a los inversores minoristas para que comprasen activos de los que, como contribuyentes, ya eran propietarios. Ahora los políticos están pensando en repetir la jugada para deshacerse de sus participaciones en los bancos.

Margaret Thatcher, antigua primera ministra, se posicionó astutamente como una capitalista popular hace 30 años permitiendo a la gente ordinaria beneficiarse de la venta de activos del Estado. Más de cuatro millones de personas solicitaron acciones de British Gas en 1986, alentados por una campaña publicitaria que con el lema Cuéntaselo a Sid invitaba a que se corriera la voz, hasta que todos los Sids anónimos del país enviaran su petición de compra.

Sin embargo, la venta de las participaciones del Gobierno en Royal Bank of Scotland (RBS) y Lloyds a una legión de pequeños inversores sería problemática. Estos inversores ya pueden comprar las acciones en Bolsa si quieren, al contrario de lo que sucedía con British Gas hace 20 años. Para conseguir demanda haría falta ofrecer un descuento significativo, lo que choca de frente con la intención declarada del Gobierno de vender al precio más alto.

Las ofertas de acciones al por menor son caras de lanzar y suponen enormes gastos administrativos. Si el actual Gobierno laborista quisiera robar protagonismo a la oposición tory y organizar la venta de acciones antes de las probables elecciones del próximo verano, debería empezar a planificarla ya, según fuentes familiarizadas con la posición del Gobierno al respecto.

El Cuéntaselo a Sid acarrea un riesgo político también. Pedir a los ciudadanos pobres que se gasten sus cada vez más escasos recursos en plena recesión es una empresa complicada, sobre todo en los próximos 12 meses, cuando la frágil recuperación de la economía británica será vulnerable a cualquier resbalón. Lloyds y RBS son inversiones especialmente arriesgadas. La Comisión Europea puede demandar a las entidades que se deshagan de activos, lo que supondría cambios significativos en sus modelos de negocio y en el valor de sus acciones. Si los minoristas vieran caer en picado sus inversiones, la operación podría convertirse en un suicidio político.

La venta de grandes paquetes de acciones a inversores institucionales, que empujarían los precios en sentido contrario al de su interés al comprar- sigue pareciendo la mejor opción de todas.

Por George Hay

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