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Tribuna
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25 largos años de empleo temporal en España

El próximo mes de agosto se cumplirán 25 años de la reforma que liberalizó el uso de los contratos temporales en España, un experimento que, hasta la crisis, ha generado una tasa de temporalidad igual a un tercio de los asalariados, frente a una media europea del 15%.

Su principal efecto ha sido aumentar extraordinariamente la inestabilidad del empleo. En 2008 se firmaron 16,6 millones de contratos, es decir, 80 contratos por cada 100 empleados, frente a 13 contratos a principios de los años ochenta. Excluyendo los de interinidad, un tercio de los contratos temporales cuya duración se conoce fueron de menos de un mes. Por último, las conversiones de contratos temporales en indefinidos son sólo del 5% al 8%, pese a las costosísimas bonificaciones destinadas a incrementarlas.

La alta temporalidad no se justifica por la estructura sectorial. Antes de la reforma la tasa de temporalidad era muy inferior (el 15,3% en 1987, primer dato disponible). Además, la proporción en el empleo de los sectores que supuestamente justifican la temporalidad -agricultura y pesca, construcción, servicios inmobiliarios y hoteles y restaurantes- era en España del 35% en 2005, igual que en Grecia y Portugal, países con tasas de temporalidad del 11,8% y el 19,5%, respectivamente.

Los 100 investigadores que han firmado la Propuesta para la reactivación laboral en España (entre los que me encuentro) argumentan que la causa de la excesiva temporalidad es la brecha entre la indemnización por despido de los contratos indefinidos (45 días por año de antigüedad si es improcedente) y la de los temporales (0 u 8 días, según el tipo).

Dado que los contratos temporales han fomentado asimismo la desigualdad salarial y la siniestralidad laboral, cabría suprimirlos sin más. Sin embargo, también han favorecido la caída de la duración del paro y el acercamiento de la tasa de paro juvenil a la adulta. Y su supresión elevaría los costes laborales, exacerbando la destrucción de empleo.

Por ello la propuesta propugna que a la vez que se suprimen los contratos temporales se introduzca para las nuevas contrataciones un contrato único indefinido con indemnización creciente con la antigüedad, que empiece en un nivel algo superior al de los actuales contratos temporales y acabe en un nivel algo inferior al de los actuales indefinidos. Tiene varias ventajas: por defecto todos los contratos son indefinidos, se suprime la brecha de indemnizaciones, aumenta la protección de los trabajadores con escasa antigüedad sin desincentivar significativamente la contratación y se protege proporcionalmente más a los trabajadores más veteranos.

Nótese que reforma laboral y abaratamiento del despido no son sinónimos: con el contrato único el coste medio del despido podría subir o bajar, dependiendo de la senda de indemnizaciones elegida. Además, la modificación de los contratos es sólo una parte de la reforma deseable: las prestaciones por desempleo, las políticas activas de empleo y la regulación de la negociación colectiva son tan o más importantes (ver www.crisis09.es).

Aparentemente, los sindicatos y el Gobierno han concluido que reformar el mercado de trabajo no es la solución, optando por cambiar el modelo productivo vía decreto-ley. Pero ni la especialización productiva ni la productividad son impuestas por los Gobiernos, la geografía o la historia, sino que dependen de muchos factores. En España, la baja productividad se deriva, sobre todo, de la baja calidad de los sistemas educativo e investigador, de la insuficiente competencia entre las empresas en muchos sectores y de aquellas instituciones laborales que fomentan la dualidad y dificultan la organización del trabajo en las empresas.

En España la productividad global (PTF para los entendidos) ha caído: un 7,5% entre 1995 y 2005, algo sorprendente en pleno despegue de las nuevas tecnologías. La alta rotación ha influido en ello. En un trabajo reciente, Juan J. Dolado y Rodolfo Stucchi, de la Universidad Carlos III, encuentran que hasta un 60% de la caída de la PTF en la industria española entre 2000 y 2005 podría explicarse por la reducción de la motivación, el esfuerzo y la formación de los trabajadores temporales debido a sus bajas expectativas de alcanzar un empleo estable.

En suma, la investigación científica en economía muestra tozudamente que el modelo productivo depende en parte de la regulación laboral y que la temporalidad no es la solución.

Samuel Bentolila. Profesor del Centro de Estudios Monetarios y Financieros (CEMFI)

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