_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Garoña: reflexión y debate

Si algún debate documentado y sin apriorismos -es decir basado en una reflexión seria y profunda- es necesario en España es, sin duda, el de nuestro futuro energético. Un debate que en ningún caso se ha producido en los términos que los partidos políticos y las organizaciones sociales deberían haberlo afrontado y favorecido.

Quizás una de las últimas oportunidades para ese debate puede venir de la mano de la amenaza del cierre que se cierne sobre la central de Garoña, a pesar del pronunciamiento a favor de la prórroga de su actividad por parte del Consejo de Seguridad Nuclear, la máxima autoridad técnica en la materia, y un organismo cuyo rigor, tanto en el sentido de propiedad y precisión, como de severidad y dureza, nadie puede poner en duda.

Si todavía cabe hacer aportaciones a ese debate nonato, habría que decir primero que no se trata para las empresas, y especialmente las industriales, de apostar por un lema -"nuclear sí" o "nuclear no"-, sino de apostar por un modelo energético que permita un desarrollo económico sostenible y el bienestar social que de él se derivará.

Ese desarrollo exige un suministro de energía previsible, barata y segura, y como el pasado día 24 de junio subrayó el ministro Sebastián, ello no es posible en la actualidad en España si se prescinde de la energía nuclear.

Son muchas las voces autorizadas que defienden que, hasta el año 2030, España debiera contar, por lo menos, con un 30% de su electricidad procedente de la energía nuclear. Otro tanto deberían aportar, respectivamente, las renovables y las fósiles. Así, dos tercios de nuestra energía se producirían sin emisiones de CO2 y con un grado de dependencia exterior muy inferior la actual.

Este esquema que contempla ese tercio de renovables permitiría también reducir el impacto de los no pocos puntos débiles de esas formas de producción de energía, sobre todo su necesidad de una energía de apoyo que complemente su carácter no gestionable y su precio, inviable sin fuertes subvenciones.

Es mucho lo que nos va en esa definición de nuestro futuro mix energético y no menos lo que se juegan en él las empresas españolas que compiten con éxito en los mercados energéticos mundiales, en producción, distribución, tecnología, ingeniería o construcción. Pero con ser importantes, no son estos los ejes argumentales en torno a los que debería girar el deseable debate nuclear, sino los de la seguridad, el precio, el combustible y los residuos, los que hasta ahora más proclives han sido a la soflama y el eslogan.

La seguridad es quizá lo que más inquieta a la sociedad, curiosamente en la actividad humana que más extrema sus medidas activas y pasivas de seguridad, y que está controlada por entidades nacionales e internacionales independientes de máxima solvencia. Y todo ello sabiendo que un reactor no puede explotar como una bomba atómica.

En cuanto al precio, los productores defienden su ventajosa comparación con el de los combustibles fósiles y los generadores eólicos, y la mínima incidencia del precio del combustible. Sin embargo, no ocurre lo mismo con la inversión, superior, a igualdad de capacidad o potencia, a la de otras fuentes.

En cualquier caso, la industria estaría dispuesta a afrontar esa inversión -punto nada desdeñable en la actual situación económica- siempre que existiera una política clara que garantizara a las nuevas centrales la vida útil que la tecnología actual permite y que no plantearía problema alguno a su amortización.

En cuanto al combustible, las dudas sobre las reservas de uranio suficientes para abastecer de forma sostenible la demanda actual y previsible, es necesario señalar que las reservas económicas -es decir de extracción rentable- de cualquier recurso mineral dependen del precio del mismo. A los precios actuales esas reservas económicas se estiman hoy más que suficientes para unos cien años.

En cualquier caso, el combustible tiene una incidencia poco importante en el coste final de la energía, sin olvidar que el procesamiento de los residuos da origen a nuevo combustible, así como que los reactores criadero, que crean más combustible del que consumen, son una realidad y no una teoría. Si a esto se añade que los reactores de nueva generación aprovechan mejor el combustible, hay razones para afirmar que no es el abastecimiento de uranio en condiciones económicas lo que puede poner en entredicho el futuro de la energía nuclear, ni al distribución geográfica de las reservas cuyos riesgos geopolíticos son menores que los de los combustibles fósiles.

La gestión de los residuos radiactivos es la gran preocupación de la opinión pública y de la propia industria. Pero si bien no es posible decir que se trata de algo total y definitivamente resuelto, sí es demostrable que las soluciones y medidas en uso aseguran un control adecuado de los residuos y dan tiempo para que se hagan realidad las soluciones definitivas en estudio y desarrollo

Las posibilidades de reducción de residuos (y al mismo tiempo de recuperar uranio y plutonio para usos posteriores, perfectamente controlados, con lo que se evita el peligro de proliferación) que brinda el procesado del combustible quemado, cuya prohibición en algunos países tiende a levantarse; el almacenamiento temporal en contenedores que facilitan el enfriamiento y garantizan el aislamiento hasta la solución definitiva, como puede ser el almacenamiento profundo y en definitiva, las soluciones ahora adoptadas garantizan un control seguro durante un tiempo suficiente para alcanzar una solución definitiva.

Pero a estas reflexiones habría que añadir que la industria nuclear no está parada en sus logros actuales sino que, superadas ampliamente las primeras generaciones de reactores, los nuevos, en construcción o en proyecto, de tercera y cuarta generación, mejorarían en seguridad, rendimiento, disminución de residuos y vida útil segura (del orden de 60 años). Es fácil imaginar lo que todo ello supone en I+D, experiencia, puestos de trabajo y repercusión en el nivel científico, tecnológico e industrial.

En cualquier caso, sobre todo ello vale la pena afrontar ese debate sin apriorismos sobre nuestro futuro energético en el que tanto se juega nuestro país.

Antonio Garamendi. Presidente de la Comisión de Energía de CEOE

Archivado En

_
_