El hombre enajenado
Mi amigo Erich Fromm reflexiona en La condición humana actual sobre la clase de hombre que requiere nuestra sociedad para poder funcionar bien. El industrialismo moderno, escribe el psicólogo y sociólogo alemán, "ha tenido éxito en la producción de esta clase de hombre: es el autómata, el hombre enajenado. Enajenado en el sentido de que sus acciones y sus propias fuerzas se han convertido en algo ajeno, que ya no le pertenecen; se levantan por encima de él y en su contra, y lo dominan en vez de ser dominadas por él. Sus fuerzas vitales se han transformado en cosas e instituciones; y estas cosas e instituciones han llegado a ser ídolos. No son vividas como el resultado de los propios esfuerzos del hombre, sino como algo separado de él, algo que adora y reverencia y a lo que se somete".
Me gusta y me provoca, por original, el concepto de hombre enajenado que, de alguna forma, explica aspectos de este desastre que nos ha tocado padecer, llámese crisis, recesión o vaya usted a saber. En lenguaje jurídico la enajenación puede ser voluntaria o forzosa (la expropiación, por ejemplo); y, analizando la cuestión, y respecto de la formación de nuestros dirigentes, habría que preguntarse cuánto hay de voluntaria enajenación/dejación en el quehacer de universidades, escuelas de negocio y empresas durante los últimos decenios. Y, al tiempo (nunca es tarde), saludar alborozados la incipiente y recuperada corriente de impartir clases de ética empresarial en algunas universidades y escuelas de negocios. Como el método del caso se ha impuesto en esos centros como fórmula de aprendizaje, ejemplos recientes sobran para el estudio. No podemos olvidar (aunque la memoria siempre es frágil) la necesaria vinculación entre las hordas de directivos que, en la década de 1980, fueron educados (?) en un cierto desprecio/olvido hacia los mismos valores que, 20 años más tarde, determinarían su caída. Que yo sepa, sólo Harvard ha hecho examen de conciencia hace pocas semanas para tratar de conocer qué se hizo mal y corregirlo. Mea culpa, una vez más.
Aprendemos a base de palos y, aunque no estoy de acuerdo con esa afirmación, por si acaso, como los tortazos que nos han dado en los últimos meses son de primera división, no podemos olvidarnos de lo que hoy deberían representar las personas en las organizaciones. Sin hombres, sin seres humanos, no hay institución. Como sin institución (sin empresas) tampoco hay personas. Habría que conseguir, simplemente, ser coherentes, porque la formación capacita, educa y conforma tanto al hombre como a la institución y los ayuda a liberarse de su enajenación, sobre todo en una época nueva, más de intemperie que de protección.
Hemos perdido, o dejado en el camino, eso que se llama cultura de empresa, que debiera retomar su papel como factor determinante en el mundo de los negocios, vinculándose a valores y personas (el humanismo al fin) para hacerse universal. La cultura de empresa (y eso habría que enseñarlo también en las escuelas de negocios y, sobre todo, en las propias empresas) no puede ser estática, ni pegada a la tierra, ni cerrada, sino permeable y abierta, dispuesta siempre a enriquecerse y reinventarse. Ortega decía, con razón, que hay que ponerse en cuestión todos los días. La auténtica y olvidada cultura, la que se basa en valores, se tiene que practicar dentro y proyectarse hacia fuera con fuerza expansiva. Porque la cultura es primero diálogo y después asimilación. Y las claves de su fuerza expansiva, precisamente sus valores y su humanismo, deben ser capaces de convencer sin vencer, y de conquistar sin luchar, ganándose el galardón de universal sin competir para alcanzarlo. Sólo las empresas y las personas que los atesoran y, además, los practican sobreviven a las crisis.
Enajenados, o no, hemos estado orillando peligrosamente los caminos que deberían llevarnos a la tierra prometida. Nos hemos dejado alienar por una indecente y obscena sacralización del beneficio y del dinero (siempre por encima de cualquier otra consideración), y merced a una competitividad extrema, tensiones sin límite, engaños sin fin y olvido de principios y valores, los hombres y mujeres que trabajan en muchas empresas, ya sean directivos o empleados de a pie, se han transformado en pequeñas marionetas sometidas a un juego que, en ocasiones, deviene macabro. Tenemos ahora la oportunidad de pararnos y ordenar, desde la reflexión, el posible, inmediato y nuevo futuro. No podemos repetir errores. Tenemos que encontrar el camino, y debemos hacerlo nosotros mismos. En esta misión no caben revelaciones o ayudas foráneas, que casi nunca son desinteresadas y casi siempre pasan factura.
La crisis nos ayudará a convencernos de que el hombre enajenado no es persona, sino la mera apariencia de un ser humano. Cernuda lo dejó hermosamente escrito: "Como este afán sin nombre / que no me pertenece y sin embargo soy yo".
Juan José Almagro. Director general de Comunicación y Responsabilidad Social de Mapfre