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Tribuna
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Los desafíos del nuevo Parlamento Europeo

Y ahora qué? Dejados atrás, por fin, los excesos dialécticos de la campaña electoral, es momento de repasar los problemas a los que se va a enfrentar el nuevo Parlamento Europeo, y preguntarnos qué podemos esperar de él.

Lo primero que cabe decir es que no debiéramos esperar grandes cosas. El marco institucional de la Unión Europea sigue siendo, todavía, el del Tratado de Niza, y eso significa que el relevante papel que el texto de Lisboa otorgaba al Parlamento tendrá aún que esperar.

Así pues, por el momento seguirán contando de forma preponderante los intereses nacionales frente a los intereses supranacionales europeos (suponiendo que tal cosa exista) que la nueva arquitectura institucional pretendía fortalecer. Y no conviene al respecto olvidar que los problemas de los grandes países -y citemos sólo a tres, Alemania, Francia y Reino Unido-, aunque con muchos puntos en común, no son exactamente iguales.

El panorama económico europeo es difícil y complejo. El año se cerrará previsiblemente con una caída del PIB del orden del 4%, y con una tasa de paro en torno al 10%, y no está claro cuándo se tocará fondo. Aunque el sector financiero parece haber superado la situación crítica de hace pocos meses, aún presenta riesgos. Los flujos de crédito aún no se han restablecido. Y la economía real dista aún mucho de justificar el optimismo de quienes ven brotes verdes por doquier. Es bastante difícil que veamos algo parecido a una recuperación europea antes de que repunte la economía norteamericana y que el comercio internacional se recupere.

Entretanto, sigue sin haber una política económica común en Europa. El cierto desmadre con que cada país ha acometido el salvamento de su sistema bancario, o la ayuda al sector del automóvil, nos dicen que aún siguen pesando decisivamente los intereses nacionales, aunque en honor a la verdad se haya evitado el grosero sálvese quien pueda de los años treinta que tanto hizo para agravar la Gran Depresión.

La lista de deberes de los políticos europeos es impresionante: tendrán que trabajar en un nuevo marco coordinado de regulación y supervisión bancaria, y fijar una estrategia de vuelta a la estabilidad presupuestaria en algún momento (y esto último es muy importante; con permiso de Krugman, el festival de deuda pública y liquidez a raudales no debe prolongarse demasiado, y no es nada fácil acertar en los plazos); abordar de una vez, y en serio, la reforma y simplificación del marco regulatorio, cuya complejidad es un serio obstáculo a la productividad; diseñar una estrategia común en materia energética; preparar los próximos presupuestos comunitarios; ver qué se hace con la Política Agrícola Común (PAC); debatir el siempre espinoso tema de la ampliación, con Turquía como candidato; y en materia institucional, aparte de culminar el Tratado de Lisboa, debatir si se fortalece el Eurogrupo o no. Y no menos impresionante es la batería de errores que no deben cometer: meter mano al BCE que, pese a sus posibles errores, es la única garantía de una política monetaria ortodoxa e independiente; empecinarse en el proteccionismo agrario; recurrir a las subvenciones como panacea para los sectores en crisis (¿cuáles no lo están?)…

Aunque se suele decir, y con razón, que las elecciones europeas se dirimen habitualmente en clave doméstica, lo cierto es que los ciudadanos de la UE han dado muestra, unas cuantas veces ya, de su enfado con Bruselas. Recordemos el escaso entusiasmo despertado en su día por la Constitución europea, y valoremos los altos niveles de abstención con que se han saldado las recientes elecciones. Es razonable suponer que esta desafección a las instituciones comunitarias responde a que los ciudadanos no confían en ellas para salir de la crisis, ni creen que exista un verdadero proyecto europeo, ni se sienten ilusionados por una Bruselas de burócratas y papeleo.

Hay sin embargo algo positivo: las elecciones han alterado en importante medida la composición del Parlamento, y ello indica que la opinión de los electores sigue viva, y con criterio. Uno en su optimismo pensaría que los europeos confían más en unas recetas que en otras para salir de la crisis, y que han enviado un mensaje muy claro, en este sentido, a los líderes europeos. Ahora sólo cabe esperar que éstos obren en consecuencia.

Fernando Eguidazu. Vicepresidente del Círculo de Empresarios

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