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Tribuna
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Antigripal corporativo

Desde hace unos meses, Gobiernos e instituciones sanitarias de todo el mundo intentan encontrar la forma de predecir la evolución del virus A/H1N1. Se habla de fases, de la temporada de otoño en el hemisferio Sur, de mutaciones y del recorrido de la enfermedad, pero la verdad es que en pleno siglo XXI somos incapaces de averiguar con exactitud si nos encontramos o no ante una pandemia.

Hasta ahora, afortunadamente, el virus se ha mostrado poco mortífero y aparentemente controlable, pero la propia directora general de la OMS reconocía que "el mundo está tan conectado que sabemos que va a pasar algo, pero no el qué". La incertidumbre que rodea al problema, lejos de desatar una psicosis, debería hacer que nos planteáramos si nosotros y nuestros negocios estaríamos preparados para afrontar un riesgo semejante.

¿Se puede inmunizar un negocio ante el riesgo de una pandemia? No existen vacunas empresariales, pero sí una serie de antigripales corporativos que, en forma de planes de continuidad de negocio, minimicen el efecto que tendría una pandemia en nuestra organización y ayuden a salvaguardar la salud de nuestros empleados, de nuestra reputación y de la cuenta de resultados.

Ante un suceso que tiene la capacidad de alterar la vida diaria de una compañía, afectando a su plantilla (los expertos hablan de un absentismo del 40%) o a su balance, clientes y proveedores, a las empresas sólo les queda una salida: dejar de pensar en términos de suerte y actuar. Porque cuando se habla de preparación empresarial ante una pandemia, sea de la naturaleza que sea, lejos de buscar el alarmismo lo que se pretende es activar la anticipación y planificación necesarias para que los negocios sigan funcionando, pase lo que pase.

Hoy, las crisis no entienden de fronteras y su gestión no atañe sólo a los Gobiernos, sino que las empresas son y deben ser parte activa en la resolución final. Al igual que los Gobiernos se han puesto manos a la obra para minimizar posibles efectos, las empresas deberían estar activando sus planes de continuidad y, si no lo han hecho, vencer las barreras psicológicas y empezar a hacerse preguntas.

Por ejemplo: si el virus muta, ¿sabría cómo reaccionar? ¿Y si afectara a mis proveedores? ¿Podría alterar mi cadena de suministro? Si mis empleados enferman, ¿paralizo la actividad? ¿Y si pierdo dinero con esta crisis y al final me reclaman mis accionistas? ¿Tengo forma de acreditar que he hecho todo lo que estaba en mi mano para gestionar esa crisis, o cualquier otra?

Los directivos son conscientes de que la mala gestión de una crisis puede acabar en una reclamación que afecte directamente a su patrimonio personal, y también, que el síndrome del avestruz no funciona en un mundo globalizado, porque aun no teniendo filiales en las zonas afectadas, puede aparecer un escenario no previsto que les impida actuar. Por eso, deberíamos preguntarnos ¿qué no me he preguntado todavía? Quizá la respuesta nos empuje a actuar.

Juan García Gay. Responsable de continuidad de negocio de Marsh

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