Seguimos sin plan
Programar un debate del estado de la nación tres semanas antes de unas elecciones europeas, que van a servir para tomar el pulso al electorado sobre las expectativas de los grandes partidos, tenía el riesgo de convertirse en lo que en buena parte se ha convertido: en el arranque oficioso de la campaña electoral.
Es comprensible la tentación de convertir las intervenciones parlamentarias en mítines al calor de la contienda electoral, pero la gravedad de la crisis, la más intensa de los últimos 50 años (y cuyo final aún no se vislumbra) requería un plan de reformas riguroso, amplio y detallado que permitiera a nuestro país sentar las bases de una futura recuperación sobre cimientos más sólidos que los presentes.
La lista de medidas que ayer ofreció el presidente del Gobierno suscitan reparos por razones contrapuestas: en unos casos se trata de medidas de escaso calado y que parecen poco relevantes en una situación como la presente. En otros, se trata de enunciados vagos cuya escasa concreción, al menos por lo que hasta ahora se ha revelado, hace muy difícil valorarlas. El tiempo transcurrido y la experiencia acumulada en otros países nos hacían esperar un plan más sólido que el que se nos ofrece.
Algunas medidas son ciertamente positivas. Rebajar el impuesto de sociedades, por ejemplo, es una buena idea. Aunque sería deseable que se aplicara a todas las empresas sin excepción. Imponer unos límites tan estrechos (empresas de menos de 25 trabajadores y menos de 5 millones de euros de ventas) arriesga a penalizar el crecimiento, toda vez que las mejoras de empleo y facturación supondrían la pérdida de estas ventajas fiscales. Convendría, por tanto, abordar una rebaja fiscal más general y menos timorata.
Es igualmente digno de aplauso el recorte de gasto público, aunque la cifra es muy poco significativa y se inscribe en una dinámica de crecimiento de las plantillas públicas y gastos de personal que van en la dirección contraria. Se requeriría un plan de austeridad mucho más ambicioso y con el detalle de los capítulos a recortar.
En materia educativa, nuestro sistema se enfrenta a graves problemas de fracaso escolar y malos resultados de los estudiantes (evidenciados en el Informe Pisa) que requieren una reforma seria y que no se resuelven con pizarras digitales y ordenadores para todos.
Los planes de ayuda al automóvil, ya en marcha en otros países, pueden ser útiles como medida de emergencia pero siendo conscientes de que sólo pueden entenderse con una limitación en el tiempo. Asimismo, la desgravación fiscal a la compra de vivienda es de temer que no tenga mucho recorrido dado el magro límite de rentas que se exige a los beneficiarios.
No se aprecia en cambio ninguna reforma estructural: no se plantea la reforma del mercado de trabajo (más bien se descarta, convertida en bandera electoral) ni la racionalización del marco regulatorio, ni se abordan los problemas del sector energético, ni los del sistema educativo. No se concretan medidas liberalizadoras en los sectores que aún conservan rigideces, como la distribución comercial
Las referencias a la economía sostenible resultan difíciles de valorar en ausencia de mayor detalle. Pero el Gobierno haría mal en pretender definir cuáles son los sectores de futuro. En este empeño, todos los Gobiernos, aquí y fuera, han fallado estrepitosamente una y otra vez. Los sectores de futuro no se definen por ley. Los descubren las empresas. Y lo que debe hacer un Gobierno es ofrecer el marco adecuado para que la iniciativa privada, con su impulso, sea capaz de encontrar su camino en una economía global. Se trata de poner a disposición de las empresas buenas infraestructuras, energía abundante y barata, impuestos bajos, un marco regulatorio razonable, un mercado laboral flexible, un buen sistema educativo y una justicia rápida y eficaz. Ya se encargarán ellas de encontrar los sectores en que progresar y competir.
Todas estas reformas se vienen reclamando no sólo desde el Círculo de Empresarios sino desde múltiples instancias como el FMI, la OCDE, la Comisión Europea, el Banco de España y un amplísimo elenco de institutos de estudios y economistas que se manifiestan diariamente en los medios, y ello desde posiciones políticas muy distintas. De poco sirve el esfuerzo para paliar los efectos de la crisis para los más perjudicados (cosa en todo caso necesario) si no se ponen las bases para superarla.
Fernando Eguidazu. Vicepresidente del Círculo de Empresarios