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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La confianza necesita algo más que palabras

El Banco de España considera que la economía española ha caído un 1,8% en el primer trimestre respecto a los tres últimos meses del año pasado. El peor registro de la historia. Medido en términos interanuales, el descenso se queda a una décima del 3% que la mayoría de los analistas calculan para el año. En caso de proyectar un cálculo acumulativo, a la manera del que hacen en Estados Unidos, la caída anualizada del producto sería del 7,2%. En todo caso, si el perfil de este primer trimestre continúa en los próximos, el 3% que ya se maneja en las instituciones internacionales para España se habrá quedado muy corto. La magnitud de la sima en la que se encuentra la economía española -corroborada ayer por el Banco de España- no puede sorprender a nadie, y los análisis de la entidad se limitan a rubricar un temor a voces. Todos los indicadores adelantados -consumo energético, de cemento, producción industrial, datos de turismo, venta y fabricación de automóviles, etcétera- preludiaban un desastre que se corroboró la semana pasada con la publicación de la EPA que confirmaba la destrucción de 766.000 empleos en tan sólo tres meses.

Además, España no es una isla y el huracán azota por igual en casi todas las latitudes arrojando un panorama de futuro mucho más sombrío. Estados Unidos y Alemania, las dos grandes economías -y, por tanto, las previsibles locomotoras que tiren de la recuperación mundial-, pusieron igualmente ayer de manifiesto la dimensión de su parón. En el caso del país norteamericano, el PIB del primer trimestre se contrajo en términos anualizados un 6,1%, por encima de lo que esperaban los analistas. Respecto al europeo, el Gobierno de Angela Merkel ya ha reconocido que este año su PIB caerá al menos un 6%.

Hace doce meses, tal cúmulo de descensos habría arrastrado a todos los índice bursátiles del mundo a un descalabro descomunal. Y ayer, no sólo no se inmutaron, sino que las Bolsas pintaban verde. La velocidad de los acontecimientos hace que sólo se valore lo que pasa en el día y los datos del trimestre pasado, a punto de empezar mayo, son agua ya pasada. Además, simplemente vienen a rubricar la profundidad de una recesión desconocida desde la Gran Depresión. Nada nuevo. Por eso, ayer las expectativas de los inversores estaban en el movimiento de la Fed. Por tanto, poco afecta ya cómo se comportó la economía el trimestre pasado; lo relevante es lo que está haciendo hoy. Conscientes de ello, los políticos de medio mundo -con Barack Obama a la cabeza- se esfuerzan en convencer a sus conciudadanos que se ve luz al final del túnel y que, lentamente, el ciclo está cambiando. El presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, se ha sumado a tan encomiable labor y ayer declaró en Bruselas que "es probable que lo peor haya pasado ya". Sin embargo, están teniendo poco éxito en su empeño. Las promesas, aunque vengan de los máximos dignatarios, no son suficientes para que las familias se lancen a consumir y las empresas a invertir. Especialmente, con cuatro millones de desempleados y muchos trabajadores que temen quedarse en paro en los próximos meses. Semejantes afirmaciones de optimismo deben respaldarse en datos que las doten de credibilidad. Y aquí, Obama aventaja a Zapatero. Pese al mal dato del PIB de EE UU, se atisban ciertamente factores positivos como un repunte del consumo -el motor de la economía de aquel país- y un descenso de los inventarios de las empresas que han ido dando salida a sus stocks. En España hay pocos atisbos para la esperanza.

La confianza no se regenera con declaraciones, sino con hechos. Al menos en España. El Gobierno ha agotado el margen para el estímulo fiscal de la demanda, al menos si quiere rescatar de forma creíble el rigor presupuestario. El itinerario que debe iniciar sin más demoras es el de las reformas estructurales de los mercados de bienes, servicios y factores, y preparar a la economía para la recuperación. Esas serán las políticas que estirarán el crecimiento potencial de la economía cuando haya culminado el ajuste, y las únicas que podrán reabsorber el empleo que se está destruyendo a velocidad de vértigo en los últimos trimestres. Mientras tanto, sólo queda la opción de estimular la demanda en sectores con contracción más abultada y efecto multiplicador sobre la actividad.

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