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Columna
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El momento del G-20

José Carlos Díez

Siendo conscientes de las implicaciones positivas de la Globalización y la integración económica, los economistas tenemos cierta obsesión con la necesidad de coordinar las políticas económicas. La realidad sigue superando la ficción y la metástasis de la crisis financiera sigue extendiéndose y ahora les toca a los países emergentes.

Es cierto que la decidida actuación de los Gobiernos, tras la debacle financiera de septiembre, ya está teniendo efectos y ha conseguido estabilizar el mercado de divisas de los países desarrollados y ha favorecido la apertura del mercado primario de crédito, que llevaba cerrado desde la primavera de 2008, con un aluvión de emisiones privadas, aunque muchas de ellas con aval público.

Sin embargo, el contagio a los países emergentes ha sido vertiginoso, profundizando los efectos recesivos y amenazando la estabilidad de un sistema bancario desarrollado muy debilitado. En 2007 recibieron un billón de dólares de flujos financieros; en 2008, 600.000, y en 2009 se estiman tan sólo 150.000.

Los países que habían acumulado elevados déficits por cuenta corriente, especialmente la Europa del Este, se verán obligados a frenar en seco su gasto doméstico, al no contar con la financiación exterior. Los que alcanzaron superávits gracias al aumento de los precios de las materias primas, principalmente las antiguas repúblicas soviéticas, América Latina y África también tendrán que frenar en seco su economía. El caso más dramático será el África subsahariana, donde crisis significa hambre, guerras tribales y muerte. Por lo tanto, en 2009 alcanzaremos otro récord trágico, con decenas de países en suspensión de pagos.

Con EE UU altamente endeudado y sin capacidad de consumo, el mundo necesita el de los alemanes, de los japoneses y de los emergentes, principalmente de los chinos e indios, para retornar a una senda de crecimiento estable. Por eso, este G-20 es transcendental. El G8 se había quedado pequeño al no representar a las potencias emergentes y esta joven institución será crucial para la resolución de la crisis.

La reforma del sistema financiero es muy necesaria para mandar una señal clara los inversores sobre el nuevo marco regulatorio en el que tendrán que desenvolverse. Evitar la tentación proteccionista es transcendental.

El comercio mundial desde el pasado verano se está desplomando, por lo tanto será una variable determinante para una pronta recuperación mundial. Si, después de que el mundo comercial se ha reducido, le pones trabas a la recuperación se quedará reducido para siempre amplificando el efecto desapalancamiento de muchas empresas y familias en cientos de países, lo cual amplificará la crisis financiera y la restricción de crédito mundial.

Urge, pues, priorizar las políticas para poner un suelo a la recesión mundial. Urge ampliar las líneas de liquidez del FMI. Europa ya ha inyectado dinero para atender la liquidez de la Europa del Este y China y Japón tendrán que hacer lo propio para Asia. Las bajadas de tipos de interés ya se han activado y ahora falta que el BCE se una a las políticas cuantitativas para acabar con la deflación de activos.

Tras el esfuerzo fiscal de EE UU, ahora le toca al resto. Los países virtuosos que ahorraron en la edad dorada del crédito vivieron de las exportaciones y en 2009 sufrirán los efectos retrasados de la recesión. Alemania fue la economía más competitiva y abierta y será la más afectada por el tsunami emergente y puede superar fácilmente los cinco millones de parados. Además cada país deberá responsabilizarse de sanear su sistema bancario y situar el capital de sus entidades en un nivel que permita normalizar el crédito.

La magnitud de la crisis obliga a los gobernantes a estar a la altura y a tener amplitud de miras. Si cada uno tiene por objetivo proteger sus fronteras y a sus ciudadanos del tsunami, fracasaremos. Obama liderará la cumbre y su lema, yes we can, es válido también para la economía mundial. Si tomamos las medidas oportunas, más tarde o más temprano, asistiremos a una intensa recuperación, que los economistas denominamos Ave Fénix, que es la forma que tiene la economía de mercado de resolver una crisis de esta magnitud.

Todos los ciudadanos del mundo nos jugamos mucho en esta reunión y en las políticas que apliquen los estados después de la misma. Sólo con la aprobación de una medida, todos ganaremos. Esperemos que se aprueben muchas y que luego se ejecuten con celeridad y eficacia.

José Carlos Díez. Economista Jefe de InterMoney

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