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La punta del iceberg
Tribuna
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Argentina en la encrucijada: los desafíos de Milei

El verdadero desafío del plan de estabilización será consolidar los logros alcanzados y establecer las bases para una recuperación sostenible

El presidente de Argentina, Javier Milei, durante la Cumbre del Mercosur en Montevideo (Uruguay), el pasado diciembre.
El presidente de Argentina, Javier Milei, durante la Cumbre del Mercosur en Montevideo (Uruguay), el pasado diciembre.Matilde Campodonico (AP)

El plan económico de Javier Milei en Argentina representa uno de los experimentos de estabilización más significativos en la historia reciente de América Latina. Heredó una economía con una inflación superior al 200% anual, un déficit fiscal del 5% del PIB y un déficit cuasifiscal del Banco Central cercano al 10% del PIB. Ante esta situación crítica, el Gobierno implementó un plan de choque que, si bien muestra resultados iniciales prometedores, enfrenta desafíos considerables.

Los resultados preliminares evidencian mejoras en los indicadores macroeconómicos fundamentales, aunque con distintas fases a lo largo del último año. Como señala Ernesto Talvi, el programa no comenzó generando inflación propiamente dicha, sino con un “salto en el nivel de precios”, consecuencia de una agresiva devaluación del peso y los ajustes tarifarios simultáneos. La denominada “motosierra” de Milei, con su drástica reducción del gasto público, permitió disminuir rápidamente el déficit fiscal. Paralelamente, la limpieza parcial del balance del Banco Central, aunque aún incompleta, ha contribuido a una notable mejoría en diversos indicadores coyunturales. Sin embargo, como suele ocurrir en estos planes de estabilización, el coste social ha sido severo: la pobreza ha alcanzado al 53% de la población y el PIB llegó a caer un 4%. A pesar del probable repunte económico que ya podría estar iniciándose, estos ajustes dejarán una profunda huella social durante un largo período.

Hasta ahora, podría decirse que se ha realizado lo más sencillo. Los manuales de estabilización económica señalan claramente la necesidad de devaluar, reducir el déficit y sanear los balances del banco central mientras se reconstituyen las reservas de divisas. Estas medidas pueden implementarse mediante decretos, como ha sucedido en Argentina. Pero el verdadero desafío comienza ahora: consolidar los logros alcanzados y establecer las bases para una recuperación sostenible, un objetivo en el que muchos países, incluida Argentina, han fracasado anteriormente.

Uno de los principales retos, según el prestigioso economista Guillermo Calvo, radica en la asimetría política: es como un partido que se juega “con uno o dos jugadores de un lado y 30 del otro”. Esta debilidad institucional ha llevado al ejecutivo argentino a depender significativamente de los decretos de necesidad y urgencia para implementar reformas. Si bien esta estrategia ha sido efectiva en el corto plazo, surgen dudas razonables sobre su sostenibilidad futura.

Asociado a esta cuestión, un aspecto crucial que determinará el éxito a largo plazo del programa es la capacidad del Gobierno para construir consensos políticos más amplios. La debilidad parlamentaria del ejecutivo, lejos de ser un obstáculo insalvable, podría convertirse en una oportunidad para establecer acuerdos duraderos con la oposición. La estabilización económica de Argentina requiere políticas de Estado que trasciendan un único mandato presidencial, y esto solo será posible mediante un diálogo constructivo con las fuerzas políticas opositoras. La experiencia histórica demuestra que las reformas económicas más exitosas en América Latina han sido aquellas que lograron convertirse en políticas consensuadas entre gobierno y oposición. Sin este diálogo y sin la construcción de acuerdos básicos sobre el rumbo económico del país, incluso los mejores resultados técnicos del programa podrían resultar efímeros.

La cuestión de la deuda representa otro desafío crucial. En un seminario reciente, el economista Pablo Guidotti destacó la extensa historia argentina de reestructuraciones con “defaults”, incluyendo casos de reestructuraciones sobre reestructuraciones previas. Este historial de incumplimientos reiterados hace poco viable resolver el problema del stock de deuda mediante nuevas reestructuraciones, obligando al ejecutivo a priorizar la eliminación del déficit fiscal, origen fundamental del problema.

Esta imposibilidad de reestructuración efectiva exige una rápida recomposición de las reservas internacionales para construir un colchón financiero que genere confianza. Ernesto Talvi estima necesarios entre 16.000 y 20.000 millones de dólares en fondos frescos, que probablemente deberán solicitarse al Fondo Monetario internacional (FMI), con el cual ya existe una considerable deuda heredada. Sin embargo, surge aquí una paradoja: mientras Argentina necesita un peso débil para estimular las exportaciones y limitar importaciones (facilitando la acumulación de reservas), esta política dificultaría la moderación de la inflación, quizás el objetivo más visible del gobierno de Milei, y generaría dudas sobre la capacidad de cumplimiento de los compromisos de deuda. Un peso fuerte, por el contrario, facilitaría el control inflacionario, pero comprometería la acumulación de reservas. Como es habitual, se presentan varios trade-offs que deben ser solventados con cuidado y buen manejo de los instrumentos. Nada fácil.

La eliminación del control cambiario (“cepo”) constituye otro desafío crítico. Talvi argumenta que un régimen de flotación pura resulta inviable por dos motivos: primero, porque la acumulación de reservas requiere una intervención predecible en el mercado de divisas; segundo, porque en una economía altamente dolarizada, el tipo de interés tiene una capacidad limitada para estabilizar las expectativas. Las alternativas viables se reducen a una flotación administrada con reglas claras o un régimen de bandas cambiarias.

Finalmente, y para cerrar, otro riesgo significativo es la posible sobreestimación del éxito del programa. La historia argentina muestra que incluso años de reformas durante gobiernos anteriores pueden revertirse por decisiones políticas futuras. En este sentido, el peor error sería caer en la autocomplacencia a la que en otras ocasiones se ha caído. Una vez la inflación sea estabilizada y el país mantenga una senda de crecimiento que permita corregir los costes del ajuste es necesario permanecer en tensión y mantener el pulso reformista. Pero volviendo a lo anterior, solo con acuerdos y consensos se logrará.

En conclusión, aunque el Plan de Estabilización de 2024 ha logrado avances iniciales significativos, especialmente en el frente fiscal, los desafíos que enfrenta son formidables. Su éxito dependerá de la capacidad para mantener el ajuste fiscal en un contexto de debilidad política institucional, gestionar una transición ordenada en el régimen cambiario y asegurar la financiación externa necesaria. La experiencia histórica con programas de estabilización en la región sugiere que la fase más crítica está por venir: la implementación de reformas estructurales que permitan sostener los logros iniciales y generar un crecimiento económico inclusivo. El manejo de las expectativas y la construcción de consensos políticos más amplios serán cruciales para evitar que este nuevo intento de estabilización se sume a la larga lista de experiencias fallidas en la historia económica argentina.

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