Las turbulencias financieras se trasladan a la economía real
2008 concluye con las principales economías en recesión y previsiones a la baja.
El año que termina pasará a la historia como la confirmación de la peor crisis económica sufrida por el mundo desde la Segunda Guerra Mundial. Las dificultades financieras arrancaron en el verano de 2007 y se fueron agravando progresivamente, pero no fue hasta septiembre de este año cuando el desplome de la economía real ha pasado de temor a hecho. La radical evolución a la baja de las previsiones del Fondo Monetario Internacional, la Comisión Europea o la OCDE demuestran lo imprevisto de este impacto. La caída de Lehman Brothers, a mediados de septiembre, simboliza la consagración de una crisis sin apenas precedentes en la historia moderna, pero lo cierto es que, por entonces, las principales economías del mundo bordeaban ya el crecimiento cero.
Francia, Alemania y Reino Unido entraron en el tercer trimestre en recesión técnica (dos trimestres seguidos con caída del PIB). En el caso de las islas británicas, se trata de la primera vez que entran en recesión en los últimos 17 años. También ha caído Estados Unidos, que puede enfrentarse a una fase aún más crítica que la de las principales potencias europeas.
Estados Unidos fue el origen de la crisis financiera, engendrada en las famosas hipotecas basura o subprime. Después de concitar buena parte de los errores de supervisión, la primera potencia mundial también se ha puesto al frente de la intervención pública para salvar la economía. Las autoridades del saliente Gobierno republicano lanzaron en octubre el famoso TARP, un plan de 700.000 millones de dólares que el secretario del Tesoro, Henry Paulson, concibió para adquirir activos contaminados. Sin embargo, después de un inicial rechazo en el Congreso, el plan salió adelante convertido en un masivo fondo de intervención en entidades financieras. La nacionalización bancaria quedó así legitimada en un país en el que lo público todavía suena sospechoso.
Pero la situación económica no ha hecho más que agravarse en las últimas semanas, hasta el punto de que Barack Obama ha anunciado su propio plan de estímulo fiscal dos meses antes de acceder a la Casa Blanca: otros 700.000 millones de dólares, centrados en tecnología y energías renovables.
De forma paralela a lo que está sucediendo en la política monetaria (con menores bajadas en los tipos de interés), los Gobiernos europeos se muestran más tímidos que el estadounidense a la hora de presentar planes de estímulo fiscal para sus economías. La propuesta de la Comisión Europea de destinar 200.000 millones de euros a la reactivación por vía fiscal ha sido aprobada por el Consejo después de que Alemania haya hecho públicas sus reticencias a elevar el gasto. Según el plan de Bruselas, los países miembros tendrán que costear 170.000 millones de euros, en tanto que la Comisión se hará cargo de los otros 30.000, para totalizar cerca del 1,5% del producto interior bruto de la Unión Europea.
Algunos de los países miembros han tomado la delantera. El caso de España es uno de los más llamativos. Hasta el punto de que el vicepresidente económico, Pedro Solbes, ya ha anunciado que el grifo del gasto se ha cerrado. 'Es hora de esperar los resultados de las medidas adoptadas y de centrarse en las reformas estructurales', resumió Solbes en el Foro CincoDías de la semana pasada.
Pero todos los Gobiernos se han lanzado desde septiembre a una vorágine de medidas de salvamento de la economía. Movimientos que, dicho sea de paso, han servido poco para detener la sangría de la actividad. Por el lado financiero, se han elevado las garantías a los depositantes de ahorro (en España, hasta los 100.000 euros). El Ejecutivo español también ha presentado una línea de avales para créditos bancarios, que, sin embargo, siguen sin fluir a la economía real. La desconfianza supera, de momento, cualquier garantía. El tercer eje de políticas (que inspiró el inicial TARP en Estados Unidos) es la adquisición de activos financieros. En España, la primera subasta quedó semidesierta, aunque la segunda sí contó con participación masiva de bancos y cajas. La última pata en este ámbito es la vía libre a la entrada del Estado en el capital de entidades con dificultades. Una opción ya concretada en Alemania, Holanda o el Reino Unido, pero que de momento no ha sido necesaria en España.
Por el lado de la economía real, el funcionamiento de los estabilizadores automáticos ya está suponiendo un fuerte aumento de gasto público en el seguro de desempleo. Además, se han comprometido ingentes aumentos del gasto público, que en España se centra en el sector de la construcción.
Pero el grave deterioro económico no es exclusivo de las potencias occidentales. Las autoridades del Partido Comunista Chino observan con preocupación cómo la ralentización del crecimiento amenaza con desencadenar una crisis social y política. Si el alza del PIB se limita al entorno del 5%, comenzará a destruirse empleo y las tensiones entre campo y ciudad se reavivarán. Por eso, el PCCh ha anunciado un plan de estímulos fiscales e inversiones valorado en alrededor de 455.000 millones de euros. Por mucho que los países emergentes no hayan sido esta vez el origen de la crisis, no estarán exentos de sufrir sus consecuencias.
Cuando la espiral de desconfianza se adueña de la situación, incluso la histórica caída del precio del petróleo tiene un reverso tenebroso. Si el pasado verano la inflación alcanzaba cotas no vistas en tres lustros en Europa y Estados Unidos, la brusca caída del precio del petróleo amenaza con llevar a estos bloques económicos a un descenso de precios el próximo verano. Los expertos no creen que la Unión Europea llegue a la deflación (entendida como una caída sostenida y prolongada de los precios), pero su sombra acecha cada vez más al otro lado del Atlántico.
Ello explica, en buena medida, la histórica bajada de tipos de interés decretada por la Reserva Federal, hasta prácticamente anularlos. La caída en deflación podría generar una espiral bajista del consumo y el empleo, sumiendo al país en una crisis similar a la de Japón en los años noventa. Atendiendo a la sucesión de acontecimientos del último año, ninguna posibilidad puede descartarse.
El frustrado plan español
El estallido de la crisis financiera internacional ha dado al traste con los planes de los dirigentes de la política económica en España. El equipo del Ministerio de Economía, capitaneado por Pedro Solbes, contaba con una importante contracción en la actividad inmobiliaria, que ya empezó a producirse durante el año pasado a medida que las subidas de los precios de los pisos se acercaban a la inflación. Además de poner los cimientos para un modelo menos dependiente del ladrillo, mediante el impulso público de la I+D+i, Economía pretendía compensar parte de la caída en la construcción residencial con la aceleración de la obra pública, financiada con el superávit acumulado. Así, la actividad económica capearía un par de años complicados con bajo crecimiento, pero sin acercarse a tasas negativas.El grave problema para España es que la caída inmobiliaria ha coincidido con la sequía mundial del crédito. En un país extremadamente endeudado (un desequilibrio cuya importancia es ahora más palpable), la ausencia de financiación se paga con una fuerte reducción de empleos y extinción de empresas. El plan de impulso a obra pública a través de los ayuntamientos no podrá contener ya la entrada en recesión.