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Tribuna
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¿Dónde está la tan reclamada liquidez?

Una súbita e inquietante alarma ha comenzado a convulsionar la enraizada estabilidad y fortaleza financiera que tradicionalmente ha exhibido un gran segmento de nuestro apalancado tejido empresarial, dimanante del dinámico nivel de sobreendeudamiento históricamente acumulado. La sistémica privación de un grado de liquidez preciso a efectos de afianzar el fuerte ritmo de desarrollo sustentado, al calor del ciclo expansivo de crecimiento más dilatado y extenso de la historia de España, ha comenzado a golpear con severidad las cuentas de resultados de una gran inmensidad de las compañías, llegando a lesionar hondamente el músculo económico de nuestro país y evidenciando de forma manifiesta la vulnerabilidad sobre la que se han nutrido sus fragmentados cimientos.

La contracción en los volúmenes de negocio como consecuencia de la intensa inmovilización registrada en la demanda interna -que se está viendo agravada exponencialmente a medida que se oscurecen las perspectivas sobre la evolución del mercado laboral-, unida a la rigurosa restricción crediticia derivada de la sequía en los canales tradicionales de financiación suscritos para empresas y particulares, junto con la persistencia de exorbitantes estructuras de costes -sustancialmente financieras- provenientes de épocas prolongadas en las que ha prevalecido una acumulación excesiva de riesgo financiero y una tenencia de inversiones económicamente injustificadas, han engendrado profundos desequilibrios tesoreros en los balances de las empresas. Ello ha proyectado un arriesgado posicionamiento que ha desencadenado la aparición de fondos de maniobra -diferencia entre activo y pasivo circulante- deficitarios, lo que evidencia la incapacidad de generar recursos líquidos suficientes para hacer frente a las obligaciones de pago que se devengan en un horizonte de corto plazo.

Bajo este escenario han comenzado a aflorar los primeros impagos de deuda a vencimiento y un nutrido número de empresas se están viendo involucradas en múltiples procedimientos concursales. Como corolario de estas premisas, la pronta consecución de un nivel adecuado de disponibilidad de recursos financieros a corto plazo constituye uno de los principales paradigmas sobre el que pivota la improrrogable viabilidad de los actuales modelos de negocio existentes en España.

Entretanto, el diagnóstico de la actual situación bancaria resulta innegable. La insistencia generalizada hacia un acentuado nivel de desconfianza -por miedo a un presunto contagio subprime-, las continuas tensiones reveladas en el mercado interbancario español -es tal la necesidad de liquidez en el mercado interbancario que las entidades financieras españolas, tradicionalmente prestadoras de recursos al resto de entidades, han pasado a adoptar una posición netamente deudora, por importe de 570 millones de euros, siendo la primera vez en la historia que nuestras entidades de ahorro invierten su tendencia- y el gradual rebrote en el índice de impagos -que está repercutiendo de forma incisiva en la dotación de provisiones que las entidades financieras han estado acumulando para hacer frente a este pronosticado cambio de ciclo- han condicionado la aprobación de financiación en la mayoría de los nuevos procesos de inversión, al cerrar el mercado de crédito incluso a endeudamientos previamente aceptados. El ritmo de crecimiento del crédito concedido por nuestro sistema financiero se ha atenuado en casi a la tercera parte, de manera que esta retracción en la concesión de financiación está obstaculizando seriamente la reactivación de la economía española.

Ni siquiera los planes gubernamentales de rescate financiero, que pretenden volver a instaurar la confianza y seguridad en el sistema financiero, con la única finalidad de que la liquidez interbancaria vuelva a emerger y reactive la cadena de crédito, parecen que vayan a provocar que los mercados mayoristas de financiación -en los que las entidades financieras captan recursos por medio de emisiones de deuda, bonos, cédulas o titulizaciones- vuelvan a la normalidad en un horizonte de corto plazo.

Como consecuencia de esta demora, crece la preocupación sobre cómo repercutirá esta crisis de liquidez sobre las compañías españolas. Ante las dificultades para acceder a los mercados de crédito, la banca española ha aumentado sus esfuerzos para compensar la escasez de recursos mayoristas con el ahorro de clientes, viéndose obligada a iniciar una auténtica guerra de pasivo bancario -soterrando los márgenes de rentabilidad y, por consiguiente, las cuentas de explotación de estas entidades-, lanzando campañas de captación de depósitos más agresivas y apelando con mayor frecuencia al Banco Central Europeo que antes de comenzar la crisis o emitiendo papel a corto plazo -pagarés-.

En último término, y dada la presente imposibilidad financiera para canalizar este arduo panorama, las empresas se van a ver abocadas a afrontar una dura etapa de reestructuración de sus recursos ajenos, así como a largos procesos de refinanciación de su deuda bancaria.

Jorge Torres Quílez. Profesor de Economía Financiera de la Universidad de Zaragoza y director financiero de varias empresas

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