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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Madoff no es el único responsable

Bernard Madoff, el otrora gurú de Wall Street, se ha convertido en sólo un fin de semana en el símbolo mundial de todos los excesos de las finanzas internacionales. Lo ha hecho tras estafar a miles de inversores que confiaron en él para que gestionase, al menos, 50.000 millones de dólares (37.470 millones de euros), ahora desvanecidos como el humo. Pero la lista de damnificados es más larga. Las malas artes del timador pasarán factura también a los organismos encargados de evitar estafas y también al conjunto del sistema financiero. La credibilidad de ambos, menguada desde que se desató a mediados de 2007 la crisis de las hipotecas subprime, recibe un nuevo golpe. Y la falta de confianza crece al conocerse que los reguladores desoyeron algunas alarmas que sí funcionaron. El FBI y la SEC han convocado a Madoff para pedirle cuentas, y todo indica que su destino es la cárcel. Sin embargo, el dinero no volverá a los inversores, sean grandes fortunas u otros colectivos menos pudientes, perjudicados por un faraónico montaje piramidal, el mayor en la historia de los fraudes financieros.

La dimensión de esta estafa, tan grande como la falta de controles que la permitieron, es la mejor prueba de que la responsabilidad no es exclusiva de un solo hombre, ni siquiera de su equipo. El problema es que, una vez más, todos los cortafuegos han fallado. Los reguladores y supervisores de EE UU han demostrado nuevamente su ineficacia. Y llueve sobre mojado.

Además de dar explicaciones, la SEC, el equivalente a la CNMV española, tendrá que depurar responsabilidades internas. Sencillamente, ha incumplido su tarea y los nefastos resultados salpicarán, como ocurrió con las hipotecas subprime, a todo el planeta. EE UU no puede seguir mirando para otro lado y tendrá que acceder a las múltiples peticiones de sectores y países que le reclaman con razón sistemas más estrictos de control y una regulación menos laxa. La necesidad de reformas en la Meca de las finanzas mundiales se justifica sobradamente por los acontecimientos del último año, y no tiene por qué coartar la innovación financiera y el desarrollo de nuevos productos.

Pero también la banca tendrá que revisar sus controles internos. Numerosas entidades de todo el mundo se han visto afectadas por el escándalo Madoff, entre ellas varias españolas. En un plausible ejercicio de transparencia, Santander y BBVA han reconocido su exposición al caso, e igual han hecho otras entidades españolas. Como alegan, es difícil estar inmune ante una estafa tan inimaginable y en la que han fallado todas las autoridades que debían evitarla, la SEC, principalmente. Sin embargo, sus clientes han contratado con ellos y es a quienes dirigen ahora sus miradas.

La banca española ha cobrado los últimos años una potente dimensión internacional que hace casi imposible quedar al margen de este tipo de mareas. Es la parte más indeseable de su relevante papel en las finanzas mundiales. Las medidas que adopte en favor de los afectados serán bien recibidas. No todos los clientes disponen de sobrada cultura financiera con que identificar el riesgo de los fondos de alta rentabilidad, aunque eso sea también su responsabilidad. A pesar de los avisos, este enorme fraude era impensable. El gran reto es detectar si hay más en marcha, y evitarlos.

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