Universidad y empresa
Hay dos tipos de relación entre la Universidad y el mundo de las empresas. Por un lado, la posible adecuación de la formación universitaria a las necesidades del aparato productivo; por otro, la colaboración de las empresas más innovadoras con las actividades de investigación y estudio realizadas en las universidades. Son cuestiones bien diferentes que invitan a reflexiones separadas.
No hay duda de que una buena formación de la población activa contribuye de forma importante a la eficiencia y productividad de las empresas y de la economía en su conjunto. No es, ni mucho menos, el único factor. Los incentivos que tengan los empresarios, profesionales y empleados para ser eficientes son determinantes de primera magnitud y esos incentivos dependen más del marco en el que se desarrolla la actividad económica que del nivel educativo de sus agentes. Pero la formación, el capital humano, es un elemento de gran importancia.
¿Cómo debe plantearse la enseñanza universitaria para que la acumulación del capital humano utilizable por el aparato productivo sea más intensa y más eficiente? Una respuesta sencilla, y quizá por eso bastante equivocada, que está impregnando el actual desarrollo de titulaciones (más bien, proliferación de titulaciones) es formar especialistas en las líneas (o ramas de actividad) que tienen más peso en el aparato productivo español. En lo que se refiere a los economistas, si en España la industria turística tiene gran peso (y se espera y desea que lo siga teniendo) hagamos un grado universitario (antiguas licenciaturas) de Economistas del Turismo. Si algunos servicios financieros son también importantes, hagamos un grado de Economistas de Banca y Seguros. Y así en la mayoría de las enseñanzas universitarias.
A mí me parece un planteamiento erróneo. La contribución de la Universidad al aparato productivo (que, por otra parte, no es la única función de la Universidad) debería ser la de desarrollar el rigor analítico de sus estudiantes, de los futuros profesionales, y no la formación de especialistas. Al menos en el nivel de grado (la licenciatura). Es cierto que se puede fomentar el rigor analítico con estudios especializados, pero el énfasis en la especialización desde el principio, descuidando la profundización en los fundamentos conceptuales e instrumentales y la puesta en marcha de esa especialización en un medio (como la Universidad española actual) en el que tantas resistencias hay al rigor, hace pensar que es la vía equivocada. Los conocimientos especializados sin bases sólidas no forman buenos profesionales y, además, con el ritmo al que cambian las cosas, pueden conducir a profesionales obsoletos.
A finales de los ochenta la City londinense eligió al mejor analista financiero del año y resultó elegida una joven profesional que había estudiado Clásicas en Oxford (estudios famosos por su nivel de exigencia y rigor) y después había hecho un curso de finanzas de unos meses (seis, creo recordar). No pretendo convertir esta anécdota en un principio general. Seguro que si esa joven hubiera estudiado con el mismo rigor e intensidad economía y métodos de análisis de datos sería una analista financiera todavía mejor. Pero el caso ilustra bien lo que estoy planteando.
La especialización de licenciados (titulados de grado, ahora) formados durante cuatro años en el rigor analítico (que no se puede alcanzar sin el esfuerzo de estudiantes y profesores) debería dejarse para los estudios de máster (de un año). Pero seguramente los titulados de grado serían ya personas con capacidad para incorporarse eficientemente al aparato productivo.
La superación de la lección magistral como método docente es condición necesaria pero no suficiente para intensificar el rigor en la formación universitaria. En esto, y en otros aspectos, el plan Bolonia es un cambio normativo en la buena dirección. Pero, como tantas veces, los cambios normativos resultan estériles si se implantan en contextos institucionales con incentivos de sus actores (estudiantes y profesores) contrarios a los objetivos que se pretenden.
Respecto al segundo aspecto de la relación entre empresas y Universidad, es evidente que en España la colaboración de ambas instituciones en actividades de investigación es muy pobre. En la encuesta empresarial mundial que hace el World Economic Forum los empresarios españoles valoran muy bajo la realidad de esa colaboración (de entre más de 90 aspectos de la realidad empresarial española la valoración de esa colaboración recibe la sexta peor nota). Y no les falta razón. Mientras que la investigación universitaria (básica) ha experimentado un considerable avance en los últimos 25 años, la investigación aplicada realizada conjuntamente con empresas se encuentra muy atrasada.
Hay dos factores que explican ese atraso. Por un lado, el sistema de promoción de los docentes se basa en sus publicaciones en revistas científicas (lo que está bien), pero no valora en absoluto los contratos de investigación con empresas. Por otro lado, la rigidez administrativa de las universidades, producto de su concepción funcionarial, desalienta los escasos intentos de colaboración. Cambiar ambos aspectos contribuiría a mejorar la colaboración universidad-empresa.
Carlos Sebastián. Catedrático de Análisis Económico de la Universidad Complutense de Madrid