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Tribuna
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El socialismo que tanto temen los republicanos

El apelativo de socialista propinado por John McCain y Sarah Palin a Barack Obama ubica un tema pendiente que deberá resolverse en la época que se inaugurará en enero con la toma de posesión del senador de Chicago. Hecho con mala intención, el aparente insulto debiera convertirse en un positivo comentario si se tiene en cuenta el interés nacional de Estados Unidos en pleno siglo XXI. Los amigos y aliados más de fiar serán precisamente los socialistas.

Al parecer, la alusión se debe a que con su programa de reducción de impuestos se conseguiría una mejor redistribución del ingreso. Eso equivale a socialismo, según el dúo republicano. Palin fue más lejos. Intentó injertar el miedo en su audiencia: Obama capturaría el bien ganado sustento de la clase media y lo esparciría. Eso es anatema del sueño americano.

Para reescribir el dicho mexicano, pobre Alaska, tan cerca de Rusia (así es la experiencia internacional de Palin) y tan lejos de Escandinavia, para no hablar de… Canadá (donde funciona desde hace tiempo inmemorial un sistema social envidiable). No sabe que esa redistribución socialista se logra mediante diferentes grados del Estado del bienestar. En contra de lo que McCain y Palin puedan hacer creer a sus fieles, no es un invento socialista. Se rastrea al régimen del káiser alemán y a cualquier reformismo capitalista de la segunda mitad del siglo XIX que se propusiera contrarrestar los efectos nocivos de la Revolución Industrial que generó el marxismo.

Desde principios del siglo XX, los partidos socialdemócratas tomaron bajo su programa tanto los terrenos de la incipiente seguridad social como la protección de los derechos laborales. Sin renunciar a capturar el poder, como todo movimiento político, rechazaron el proceso violento y monopolista de los partidos ortodoxamente comunistas. Con el estallido de la Revolución Rusa, el divorcio fue total. Después de la Segunda Guerra Mundial se confirmó la autonomía de los partidos que se consideraban socialdemócratas, al nivel de independencia de los de origen laborista.

La línea divisoria en Europa viene dada por la decisión de Willy Brandt, secretario general del Partido Socialista, quien en la población de Bad Godesberg, cercana a Bonn, consiguió extraer la decisión de renuncia a los métodos del marxismo. Este procedimiento se fue repitiendo en partidos afines en el escenario europeo.

Con el renacimiento de la democracia en España, en plena transición del franquismo a la monarquía parlamentaria, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) enfrentó un controvertido congreso en 1979. Capturada su tradicional dirección del exilio al interior del país, el joven secretario general Felipe González abandonó el timón y obligó al partido a hacer una transformación a la de su mentor Brandt. En 1982 ganó las elecciones generales.

El PSOE se integraba en una organización con alcance mundial, la Internacional Socialista (IS), compuesta por partidos socialdemócratas y laboristas y socialistas. En la actualidad tiene 159 partidos políticos y organizaciones esparcidas por los cinco continentes. Creada en un congreso celebrado en 1951 en Fráncfort, sus miembros están activos en las más importantes democracias, ocupando los centros de poder efectivo en numerosos países.

Con sede en Londres, la IS está gobernada por un congreso que se reúne cada tres o cuatro años (el más reciente celebrado en Atenas en julio pasado), su presidente actual George A. Papandreou, presidente del griego Pasok. El chileno Luis Ayala es su secretario general. Entre sus ex presidentes destacan el mismo Willy Brandt, el primer ministro de Francia Pierre Mauroy y el portugués António Guterres.

Entre los dirigentes socialdemócratas destacan Ben Gurion y Golda Meier de Israel; François Mitterrand en Francia; Romano Prodi en Italia, y Mario Soares en Portugal. Su asesinato evitó que Benazir Butto, de Pakistán, engrosara la lista. Los partidos socialistas están el Gobierno en 33 países y presentes en coalición en otros 20. En Europa destaca hoy el laborista británico Gordon Brown, como sucesor de Tony Blair y heredero de una evolucionada Tercera Vía que adoptó medidas liberales.

La Península Ibérica está ocupada por los socialistas José Luis Rodríguez Zapatero en España y José Sócrates en Portugal. Entre los miembros de la espectacular ampliación europea destacan los Gobiernos de Hungría, Eslovenia, Bosnia y Estonia. En el Parlamento de la Unión Europea el Grupo Socialista solamente está superado por el democristiano/conservador.

Las antípodas están controladas por los laboristas Kevin Rudd en Australia y Helen Clark (la única mujer del grupo junto a Michelle Bachelet) en Nueva Zelanda. En América Latina, la estrella es Bachelet en Chile, cuyo Partido Socialista forma con el la Democracia Cristiana una coalición electoral modélica y efectiva. En Centroamérica, un trío socialdemócrata destaca: Álvaro Colom en Guatemala, âscar Arias en Costa Rica (liderando el partido fundado por José Figueres) y Martín Torrijos en Panamá. Alan García consiguió una segunda oportunidad de ejercer la presidencia al frente del APRA, fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre, el primero en evolucionar desde el marxismo hacia la socialdemocracia. La presencia socialista en los Gobiernos de Paraguay, Uruguay y Brasil.

Donde antes brilló la llamada izquierda democrática latinoamericana, como alternativa al populismo autoritario y las dictaduras de viejo cuño, la rama centro-izquierda del Partido Demócrata deberá revivir la latente socialdemocracia de planes de Clinton, la Gran Sociedad de Johnson, y el New Deal de Roosevelt. Con el desastre financiero, el Presidente Obama no va a tener más remedio.

Joaquín Roy. Catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami

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