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Columna
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La confianza perdida

Las caídas de los mercados han continuado a pesar de haberse aprobado el plan del Gobierno norteamericano, a pesar de haberse tomado medidas por algunos países europeos, de haberse anunciado por los ministros de Finanzas de la Unión Europea la decisión conjunta de elevar los fondos de depósitos bancarios garantizados y de anunciar una serie de principios que deben guiar las actuaciones que se lleven a cabo para gestionar la crisis.

La publicación de estos principios se ha considerado decepcionante porque se esperaban decisiones conjuntas sobre medidas y actuaciones a llevar a cabo sobre entidades cuya operativa es transfronteriza. La paradoja es que la Unión fomenta planes de integración financiera y de unidad de mercado pero falla la actuación política y la organización institucional común.

Por otra parte, los principios anunciados resultan bastante obvios y, por ejemplo, suponen una versión simplificada de los recientemente publicados por el FMI en su World Economic Outlook de octubre.

Es evidente el profundo deterioro de la confianza de los inversores que parecen no sólo temer la inacción de las autoridades económicas, sino también la acción. El pensamiento de muchos considera que si los Gobiernos se han decidido a anunciar planes de rescate de activos contaminados es porque conocen que las entidades van a necesitar hacer uso de ellos en un futuro próximo.

Sin embargo, las caídas agudas y persistentes sobre todo de las acciones de bancos pueden reflejar también la huida de accionistas, dado que en las medidas anunciadas se ha señalado que en caso de necesitarse ayuda pública 'los accionistas actuales deben soportar las consecuencias de la intervención', como recoge textualmente el comunicado del Ecofin sobre Respuestas inmediatas a la inestabilidad financiera. Los planes anunciados por los Gobiernos británico y norteamericano conllevan que las ayudas a la recapitalización de bancos se instrumenten mediante acciones preferentes y en el caso del plan americano se incluyen provisiones por las que el Gobierno puede frenar los dividendos. No es extraño pues que ser accionista de un banco haya perdido su atractivo.

Así pues la confianza de los accionistas bancarios muestra una pérdida general. Aunque el banco actualmente no haya presentado problemas, en primer lugar puede no estar siendo totalmente transparente respecto a su situación financiera y, en segundo lugar, puede que se deteriore su balance dado el horizonte de desaceleración económica que se espera. En caso de necesitar ayuda pública, habrá una seguridad de que el banco no quiebre, los depositantes tendrán sus depósitos garantizados por una suma que se ha elevado en muchos casos, pero los accionistas pueden verse atrapados en un negocio dudoso.

Es difícil poder señalar vías para evitar todos los problemas derivados de estos planes de ayudas públicas a las entidades financieras en crisis. Ya se ha hablado de los problemas de discrecionalidad y de alteración de la formación de precios que supone la compra por los Gobiernos de activos dañados. También se ha hablado de la paradoja de la permanencia de los gestores que han conducido a las entidades hasta esa situación mientras que las plantillas se ven obligadas a reducirse. Y, evidentemente, se ha hablado de la necesidad de limitar el coste para los sujetos pasivos de los impuestos o para los trabajadores. Sin embargo, parece que hace falta señalar cómo el nerviosismo de los mercados está deteriorando la confianza de toda la población. Estos días no se para de escuchar cómo las personas de a pie, trabajadores, jubilados, pequeños ahorradores, se preguntan si ante las caídas de la Bolsa deben rescatar sus depósitos bancarios y guardar el dinero en casa.

La crisis bursátil refleja una desconfianza en los mercados y, en particular, en las entidades financieras. Y es evidente que se desconfía también en la capacidad de los Gobiernos en reconducir y gestionar la situación. La caída de las Bolsas es una consecuencia de esta desconfianza pero se está convirtiendo en la causa de un pesimismo generalizado con visos de poder agravar la crisis por diversas vías.

Las decisiones de relajación monetaria ayudan a restablecer la calma de forma temporal pero para que ésta dure hace falta más transparencia sobre la situación real de las entidades financieras, más concreción sobre los planes de actuación en caso de haber problemas y más claridad sobre las consecuencias fiscales de todas las promesas de ayudas.

Nieves García-Santos. Economista

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