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Tribuna
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Un parque de atracciones financiero más aburrido

En el momento de celebrar la última campanada que daba entrada al año 2008, existían en el mundo cinco grandes bancos de inversión globales puros. Hoy, tras las noticias procedentes de Estados Unidos en relación a Goldman Sachs y Morgan Stanley, no sobrevive ninguno. Si después de apurar esa decimosegunda uva alguien hubiese planteado semejante escenario, se le hubiese recluido sin demora en un sanatorio mental.

Mucho se ha hablado y escrito acerca de las causas de tal debacle. Los términos subprime y ninja loans han pasado a formar parte del vocabulario mundial, un éxito más de los anglicismos, aunque quizás éste no excesivamente deseado. Todavía se podría aportar algo en esa área del discurso. Pero quizás sea más interesante en estos momentos pararnos un momento a analizar el impacto de la debacle sobre la industria financiera. En particular, qué tipo de organizaciones y servicios nos esperan a la vuelta de la esquina?

Para decirlo de forma resumida, lo más probable es que el futuro sea más aburrido. El parque de atracciones financiero, inaugurado en su etapa moderna a primeros de la década de 1980, está seguramente a punto de restringir el número de montañas rusas, así como la inclinación de sus raíles. Menos sustos, menos emociones. Menor venta de entradas. Menos innovación. Menos risas, menos lágrimas.

Por un lado, parece obvio que la regulación se endurecerá (y no sólo porque los Gobiernos se convierten en dueños y acreedores de entidades financieras). Ese es en definitiva el precio a pagar por haber sido rescatados ó asistidos con dinero público. Un aspecto fundamental deberá conducir a una reducción estructural en la toma de riesgos: el incremento de las cargas de capital. Gracias a la destrucción de los últimos meses el gran público ha podido entender la operativa esencial de los bancos de inversión, basada en un apalancamiento masivo (25-30 veces capital en los casos de Bear y Lehman) que permite la obtención de grandes retornos a poco que las cosas vayan bien pero que promete pérdidas monstruosas (y una inminente desaparición) si las cosas se tuercen inmisericordemente.

Los bancos de inversión (al menos, varios de ellos) se han mostrado como entidades absolutamente dependientes de líneas de financiación a corto plazo con las que poder financiar el juego de grandes apuestas con muy poco capital. Cuando esas líneas se secan, game over.

No parece extremadamente probable que los reguladores permitan que ese juego se siga jugando. El capital que los bancos deberán destinar a operaciones de mercado será incrementado, en ocasiones haciendo prohibitivo el coste de continuar ó emprender ciertas actividades más atrevidas. El comité de Basilea de supervisores bancarios ya está discutiendo una propuesta para incluir un incremento de las cargas de capital por trading de activos ilíquidos, que hasta ahora habían recibido un trato muy favorable (en ciertos casos no formando en absoluto parte del cálculo de esas cargas). Dicha propuesta está directamente dirigida a los productos más próximos a la crisis (CDO, credit-default swaps).

Las atracciones más exóticas perderán fuelle no sólo porque serán mucho más caras para los ingenieros, sino porque los nuevos jefes del parque provienen de una cultura mucho menos excitante y mucho más conservadora. Vivimos el comienzo de la época dorada del banquero tradicional, y el declive del cowboy que cabalga incansable en busca del depósito de oro de la toma de riesgos inagotable.

Recuerdo mi pasado como profesional de derivados y el día en que un banquero tradicional (muchas relaciones, poco producto) me expresó sin timidez que en su opinión los habitantes de los trading floors eran unos salvajes. En ese momento me reí para mis adentros, consciente de que los descamisados de la selva generaban mucho más beneficio que los refinados banqueros. Pero hoy, la victoria por goleada pertenece a los segundos.

¿Lloraremos la derrota de los 'salvajes'? Es posible. Las innovaciones positivas en los últimos veinticinco años (en áreas como derivados de renta variable, de divisa, de energía y muchas otras) han sido innumerables, y el valor aportado a entidades públicas, grandes corporaciones, pymes, inversores de a pie, o fondos de pensiones, ilimitado.

Esos descubrimientos partieron casi de forma exclusiva de la misma cultura que hoy se derrite ante nuestros ojos. Las actividades de estructurados de crédito y titulización de Bear, Lehman, Merrill, y otros no sólo ensucian un legado de creatividad y soluciones valiosas, sino que parecen condenarnos a una involución indiscriminada que no hará sino incrementar aún más los dolores.

Pablo Triana. Economista

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