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Debate abierto. Las cuantas públicas para 2009
Tribuna
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Política fiscal anticíclica

A mediados de la década de los noventa, España se preparaba para la entrada en la Unión Monetaria Europea en medio del escepticismo de algunos de nuestros socios, que dudaban de que fuéramos capaces de cumplir los exigentes criterios de Maastricht. Eran los tiempos en que algún ingenioso banquero de inversión internacional acuñó el término despectivo PIGS (Portugal, Italy, Greece and Spain) para referirse a los países periféricos cuya entrada en el euro suscitaba serias dudas, término que hoy resucitan algunos medios internacionales.

En aquellos años numerosos análisis advertían del cambio que la adopción del euro iba a suponer para las políticas económicas españolas: (i) la pérdida de la autonomía en política monetaria, así como del tipo de cambio como mecanismo de ajuste, que debía implicar (ii) un uso más activista de la política fiscal y (iii) reformas estructurales para mejorar la capacidad de ajuste espontánea de la economía, ante perturbaciones que afectaran a España de manera asimétrica frente a otros países europeos.

¿Qué se ha hecho en los años transcurridos desde entonces? La economía española ha disfrutado de un auge extraordinario, en parte imputable al propio efecto expansivo de la adopción del euro. Pero la política monetaria única resultó demasiado holgada para nuestra economía, lo que alimentó una burbuja del crédito centrada en el sector inmobiliario. La política fiscal se comportó de manera responsable, aprovechando los años de bonanza para reducir la ratio de deuda sobre PIB a la mitad, en torno al 35%. Se hicieron algunas reformas estructurales que aumentaron la flexibilidad de la economía, pero insuficientes, a juzgar por el rápido aumento del desempleo en cuanto la economía se ha debilitado. De hecho, uno de los principales problemas de la economía española es que continúa ajustándose por cantidades, más que por precios: se ajusta el empleo más que los salarios, y el saldo exterior más que nuestros precios relativos.

Ahora que el ciclo ha cambiado abruptamente, lo razonable es actuar de forma simétrica: ante el deterioro de la coyuntura, la política fiscal debería adquirir un tono decididamente más expansivo, lo que implica como mínimo dejar actuar a los estabilizadores automáticos, mediante los cuales aumenta el gasto y se reducen los ingresos en la fase baja del ciclo. Una de las cuestiones clave en esta coyuntura es si, además, deben adoptarse medidas de estímulo discrecionales, lo que depende sobre todo de la magnitud del deterioro cíclico de las cuentas públicas. La información disponible sugiere que su empeoramiento se está produciendo a tal velocidad que es dudoso que exista mucho margen adicional para políticas expansivas.

No todos los gastos (o ingresos) públicos son iguales. El componente automático del ajuste de las cuentas públicas al ciclo es ciego, pero en las medidas discrecionales es donde un Gobierno puede apuntar con más precisión a objetivos selectivos. Dada la situación de la economía española, la prioridad es clara: facilitar el ajuste más complejo y doloroso que tenemos pendiente, un déficit exterior del 10% del PIB, el segundo del mundo en valor absoluto. En este sentido, las líneas maestras de cualquier estímulo fiscal discrecional deberían ser evitar que se filtre a importaciones e inducir una mejora de la competitividad de los sectores exportadores. Desde este punto de vista, los famosos 400¦euro;euros han sido una bala desperdiciada, como suele ocurrir con las medidas anunciadas en plena excitación electoral.

Un déficit del 2% en 2009, tal como se ha anunciado, nos dejaría a un punto de los límites del pacto de estabilidad (calificado en su día por el entonces presidente de la Comisión Europea Prodi como Absurdity Pact, en un rasgo de sinceridad inhabitual en los políticos). Hay que tener presente que, para países como España, con un ciclo económico más amplio, la restricción del 3% de déficit es más estricta que para otros países más estables como Alemania o Francia. A la vista de todos estos elementos, parece razonable preservar un cierto margen de maniobra, por si el deterioro cíclico es más acusado o por si son necesarias medidas discrecionales más contundentes. No olvidemos, en todo caso, que el pacto de estabilidad contempla la posibilidad de exceder el límite del 3% si se producen circunstancias excepcionales, algo que no debe descartarse en absoluto, a la vista de los acontecimientos recientes en Estados Unidos.

Santiago Fernández de Lis. Socio de Analistas Financieros Internacionales (AFI)

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